Tengo una pareja de amigos, que conozco desde hace unos cuantos años. Lo conocí a él primero, ya que estudiábamos juntos en la Universidad. Cuando estábamos en el 3er año de la carrera, ambos conocimos a un par de bellas damas, de las cuales nos quedamos prendados.
Nos graduamos y seguimos con nuestros amores.
Desafortunadamente, luego de un poco más de 2 años mi relación acabó. Pero la de mis amigos seguía floreciendo. Y tanto que luego que ella se graduara, pues se casaron en una sencilla pero emotiva ceremonia.
Desde el inicio de su relación, siempre me despertó admiración el amor que se tenían. Era algo que daba gusto. Por supuesto, que una amistad como esa no se podía desechar, y siempre nos manteníamos en contacto.
Muchas veces añoraba amar así y que me amaran así. Me imaginaba que era lo más cercano a estar en el Paraíso Terrenal.
Al tiempo me casé, y empecé a formar mi propia familia. Al tiempo de haber nacido mi hijo mayor, nació el hijo mayor de mis amigos, y seguidamente el segundo hijo.
Quiso el destino que nos tocara trabajar en la misma ciudad, y que viviéramos en el mismo edificio. Nuestros hijos empezaron a crecer juntos.
Mi para esa entonces esposa y yo siempre hablábamos acerca de cómo con el correr del tiempo se habían mantenido en una relación donde aún parecían novios…
Luego de nuestro divorcio, empiezo a darme cuenta que la relación que siempre había visto tan perfecta, era pura apariencia, y a los meses terminaron en divorcio también.
Hablando con él y luego con ella, por separados, tratando de convencerlos de lo equivocados que estaban al divorciarse, me di cuenta que no todo lo que brilla es oro. A lo largo de los años habían mantenido una apariencia de pareja perfecta, de puertas hacia afuera. Pero de puertas adentro era otra cosa.
Hoy en día, además de él haberse divorciado de ella, se divorció de sus hijos y de su amigo. Se casó con una alumna de la Universidad donde dábamos clases, se mudó de la ciudad y tiene una pequeña hija.
Ella se refugia en los brazos de su entrenador del gimnasio. Y los hijos, bien gracias.
Luis Castellanos