Cuarenta años después Si dos residen en la misma zona cuarenta años atrás, si uno transita la misma calle donde el otro habita, si en ambos rueda un alma retozona,
si uno y otro se encumbra y apasiona con obsesión idéntica que invita a intersección de abrazos, y palpita con ágil corazón que no razona;
y sin que el uno al otro conociera, puntos opuestos de la misma esfera, aun siendo anatomías colindantes,
cuarenta años después, ¿quién pensaría que una mañana del otoño fría, encontrándose al fin, fueran amantes?
De repente, tú
Golpea suavemente con nudillos de aire gentil la brisa en mi ventana, solicitando entrar, esta mañana recamada de grises y amarillos.
Hay calma en el jardín, cantan los grillos a tiempo intermitente, una campana quiebra el aire; levanto la persiana y desvío hacia un lado los visillos.
Es otoño. ¿Por qué la primavera se presagia inmediata, si la hilera de álamos junto al río está desnuda?
¿Qué brisa es ésta que gentil me llama? No, no es brisa, es tu voz que se derrama dentro de mí, y al alma se me anuda.
Noche y día Es la noche el sosiego de los dioses, no la complicidad de los amantes. En el día se incurren adulterios que estrategias metódicas fraguasen. La rutina es amiga de la sombra, la luz es como el ángel que desvela secretos y acentúa bellezas en la carne. La noche es el reposo, y en el día se consuman batallas jadeantes. En la noche germinan sueños involuntarios, que no saben articular esquemas o programas o establecer enlaces de unión de corazón y de cerebro en emotivo, lúcido engranaje. El auténtico sueño germina al sol, como los tulipanes, abriéndose gentil, voluptuoso, como el capullo se abre en los rosales. Sueño de ojos abiertos, mente vivaz y voluntad vibrante. La noche es muda y ciega, no pertenece a nadie. De día no se duerme, se dialoga, se acaricia, se juega, se combate. Oh, ven a mí de día, que de tanto soñarte se me agudiza el tacto de los dedos, se me rebela el sexo, se deshacen los últimos tabúes y prejuicios, y el aire me resulta irrespirable. A la luz, a la luz, que en torbellino se nos vuelque a través de los cristales sobre la doble desnudez aunada, y prolongue las horas de la tarde.