«Por sus frutos los conoceréis»
Manuel Pérez Tendero
El fruto más acabado de la Pascua de Jesús es la venida del Paráclito, el regalo del Espíritu de Dios a la creación entera. Al principio del tiempo, cuando el Creador comenzaba su obra, «el espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1, 2). Y cuando la creación quedó acabada en la persona humana, «Yahvé Dios insufló en sus narices espíritu de vida» (Gn 2, 7). El Espíritu de Dios es «Señor y dador de vida», es viento que mueve, fuerza que empuja, aliento que hace vivir. El es quien «renueva la faz de la tierra».