EL OTOÑO DE FREDDY LA HOJA
Una Historia de Vida
EL OTOÑO DE FREDDY LA HOJA
Una Historia de Vida
Había pasado la primavera, y también el verano.
Freddy, la hoja, había crecido. Su parte central era amplia y
fuerte, y sus cinco extensiones eran firmes y puntiagudas.
Se había asomado por primera vez en la primavera; entonces era un
pequeño brote de una rama bastante grande, cerca de la cima de un
alto árbol.
Freddy estaba rodeado por cientos de hojas iguales a él, o así lo
parecían. Pronto descubrió que ninguna hoja era igual a otra, aún
cuando estuvieran en el mismo árbol. Alfred era la hoja que estaba
a su lado. Ben era la hoja de su derecha y Clara era la hermosa hoja
de arriba.
Todas habían crecido juntas.
Habían aprendido a bailar en las brisas de la primavera, a
calentarse bajo el sol del verano y a lavarse en las lluvias
refrescantes.
Pero el mejor amigo de Freddy era Daniel. Era la hoja más grande
de la rama y daba la impresión de haber estado allí antes que todos
los demás. A Freddy le parecía que Daniel era el más sabio.
Fue Daniel el que les contó que eran parte de un árbol, y les
explicó que crecían en un parque público. Fue Daniel el que les
dijo que el árbol tenía raíces fuertes que estaban ocultas en la tierra,
allá abajo. Les habló de los pájaros que iban a posarse en esa rama
y cantaban canciones matinales. Les habló del sol, la luna, las
estrellas y las estaciones.
A Freddy le gustaba mucho ser una hoja. Le gustaba su rama, le
gustaban las leves hojas que eran sus amigos, su lugar cerca del
cielo, el viento que lo empujaba de aquí para allá, los rayos del
sol que le daban calor, las nubes que los cubrían con grandes sombras
blancas.
El verano había sido especialmente agradable. Los grandes días de
calor eran placenteros, y las noches cálidas, apacibles y
ensoñadoras.
Ese verano hubo mucha gente en el parque. Con frecuencia iban a
sentarse bajo el sol de Freddy.
Daniel les dijo que el dar sombra era parte de su finalidad.
-¿Qué es una finalidad?-había preguntado Freddy.
-Una razón para existir- había respondido Daniel.
-Hacer las cosas más agradables para los otros es una razón para
existir. Dar sombra a los ancianos que vienen para escapar del
calor de sus casas; ofrecer un lugar fresco para que los niños vengan a
jugar; abanicar con nuestras hojas a los que vienen a hacer picnic
y comen sobre manteles a cuadros. Todas éstas son razones para
existir.
A Freddy le gustaba en particular la gente mayor. Se sentaban
tranquilos sobre el pasto fresco y casi nunca se movían.
Conversaban en susurros de los tiempos idos.
Los chicos también eran entretenidos, aunque a veces hacían
agujeros en el tronco del árbol o tallaban sus nombres en él. Aún
así, era divertido verlos moverse tan rápido y reírse tanto.
Pero el verano de Freddy pasó pronto.
Se esfumó en una noche. Freddy nunca había tenido tanto frío.
Todas las hojas tiritaban. Estaban cubiertas con una delgada capa de
blanco que se derritió rápidamente y las dejó empapadas de rocío,
resplandecientes bajo el sol de la mañana.
Otra vez fue Daniel el que les explicó que habían vivido su
primera helada, la señal de que ya era otoño y pronto llegaría el invierno.
Casi enseguida, todo el árbol, en realidad todo el parque, se
transformó en una llamarada de color. Apenas quedó alguna hoja
verde. Alfred se había vuelto de un color amarillo profundo. Ben de un
naranja brillante. Clara se había vuelto roja como una llama;
Daniel, púrpura profundo, y Freddy estaba rojo y dorado y azul. Qué
hermosos estaban todos. Freddy y sus amigos habían convertido el árbol en un arco iris.
-¿Por qué nos ponemos de diferentes colores- preguntó Freddy-, si
estamos en el mismo árbol?
-Cada uno de nosotros es diferente del otro. Hemos tenido
experiencias diferentes del otro. Hemos mirado al sol, y hemos dado
sombra de maneras diferentes. ¿Por qué no habríamos de tener
distintos colores?- dijo Daniel, realista. Daniel le dijo a Freddy
que esa estación maravillosa se llamaba otoño.
Un día sucedió algo muy extraño.
Las mismas brisas que antes los habían hecho bailar, comenzaron a
empujarlos y a tirar de sus tallos, casi como si estuvieran
enojadas.
Esto fue la causa de que algunas de las hojas se quebraran y
cayeran de sus ramas y fueran levantadas por el viento, sacudidas
de un lado a otro, hasta posarse blandamente sobre el suelo.
Todas las hojas se asustaron.
-¿Qué esta sucediendo?- se preguntaban unas a otras en susurros.
-Lo que sucede en el otoño- les dijo Daniel-. Ha llegado el
momento de que las hojas cambien de hogar. Algunas personas lo llaman morir.
-¿Todas nosotras moriremos?- preguntó Freddy.
-Sí- respondió Daniel-. Todo muere, sea grande o pequeño, débil o
fuerte. Primero cumplimos nuestra tarea. Sentimos el sol y la luna,
el viento y la lluvia. Aprendemos a bailar y a reír. Luego morimos.
-¡Yo no voy a morir!- dijo Freddy con determinación-. ¿Tú vas a
morir, Daniel?
-Sí- respondió Daniel-, cuando llegue mi hora.
-¿Cuándo será?- pregunto Freddy.
-Nadie lo sabe con certeza- respondió Daniel.
Freddy observó que las otras hojas continuaban cayendo, y pensó:
Debe de haber llegado su hora”.
Vio que algunas de las hojas resistían a los golpes del viento
antes de caer, y que otras simplemente se dejaban ir y caían
mansamente.
Pronto el árbol quedó casi desnudo.
-Tengo miedo de morir- le dijo Freddy a Daniel; No sé qué es
lo que hay allá abajo.
-Todos tememos a lo que no conocemos, Freddy. Es natural- lo
tranquilizó Daniel-. Sin embargo, no tuviste miedo cuando la
primavera se convirtió en verano. No tuviste miedo cuando el verano
se transformó en otoño. Eran cambios naturales. ¿Por qué tendrías
que temer a la estación de la muerte?
-¿El árbol también muere?- preguntó Freddy.
-Algún día. Pero hay algo más fuerte que el árbol: la Vida, la
vida es eterna, y todos somos parte de ella.
-¿Adónde iremos cuando muramos?
-Nadie lo sabe. ¡Ese es el gran misterio!
-¿Regresaremos en la primavera?
-Nosotros no, pero la vida sí.
-¿Entonces cuál ha sido la razón de todo esto?- siguió
preguntando Freddy-. ¿Por qué estamos aquí? ¿Sólo para caer y morir?
Daniel respondió a su manera objetiva:
-¿Por qué? Por el sol y la luna; por los momentos felices que
hemos pasado juntos; por la sombra y los ancianos y los niños; por los
colores del otoño; por las estaciones. ¿No son razones suficientes?
Esa tarde, en la luz dorada del crepúsculo, Daniel se
desprendió de la rama. Cayó sin esfuerzo. Y mientras caía parecía sonreír apaciblemente.
-Hasta pronto, Freddy dijo.
Después, Freddy quedó solo. Era la única hoja que permanecía en
su rama.
La primera nieva cayó a la mañana siguiente. Era blanda, blanca y
suave; pero era dolorosamente fría.
Casi no hubo sol ese día, que fue muy corto. Freddy notó que
perdía el color y se ponía quebradizo. No dejaba de hacer frío, y la nieve pesaba mucho sobre él.
Al amanecer llegó el viento que separó a Freddy de su rama. No le
abajo.
Al caer, vio el árbol entero por primera vez. ¡Qué fuerte y firme
era! Estaba seguro de que viviría mucho tiempo, y el saber que
había sido parte de esa vida lo llenó de orgullo.
Freddy fue a parar sobre un montículo de nieve. Era bastante
blanda, y hasta cálida. En esta nueva posición, Freddy estaba más
cómodo que nunca. Cerró los ojos y se quedó dormido. No sabía que
después del invierno llegaría la primavera y la nieve se derretiría
y se transformaría en agua. No sabía que su ser aparentemente seco e
inútil, se uniría al agua y serviría para que el árbol se hiciera
más fuerte. Y, sobre todo, no sabía que allí, dormidos en el árbol y en
la tierra, ya había proyectos de nuevas hojas que nacerían en la
primavera.
Había pasado la primavera, y también el verano.
Freddy, la hoja, había crecido. Su parte central era amplia y
fuerte, y sus cinco extensiones eran firmes y puntiagudas.
Se había asomado por primera vez en la primavera; entonces era un
pequeño brote de una rama bastante grande, cerca de la cima de un
alto árbol.
Freddy estaba rodeado por cientos de hojas iguales a él, o así lo
parecían. Pronto descubrió que ninguna hoja era igual a otra, aún
cuando estuvieran en el mismo árbol. Alfred era la hoja que estaba
a su lado. Ben era la hoja de su derecha y Clara era la hermosa hoja
de arriba.
Todas habían crecido juntas.
Habían aprendido a bailar en las brisas de la primavera, a
calentarse bajo el sol del verano y a lavarse en las lluvias
refrescantes.
Pero el mejor amigo de Freddy era Daniel. Era la hoja más grande
de la rama y daba la impresión de haber estado allí antes que todos
los demás. A Freddy le parecía que Daniel era el más sabio.
Fue Daniel el que les contó que eran parte de un árbol, y les
explicó que crecían en un parque público. Fue Daniel el que les
dijo que el árbol tenía raíces fuertes que estaban ocultas en la tierra,
allá abajo. Les habló de los pájaros que iban a posarse en esa rama
y cantaban canciones matinales. Les habló del sol, la luna, las
estrellas y las estaciones.
A Freddy le gustaba mucho ser una hoja. Le gustaba su rama, le
gustaban las leves hojas que eran sus amigos, su lugar cerca del
cielo, el viento que lo empujaba de aquí para allá, los rayos del
sol que le daban calor, las nubes que los cubrían con grandes sombras
blancas.
El verano había sido especialmente agradable. Los grandes días de
calor eran placenteros, y las noches cálidas, apacibles y
ensoñadoras.
Ese verano hubo mucha gente en el parque. Con frecuencia iban a
sentarse bajo el sol de Freddy.
Daniel les dijo que el dar sombra era parte de su finalidad.
-¿Qué es una finalidad?-había preguntado Freddy.
-Una razón para existir- había respondido Daniel.
-Hacer las cosas más agradables para los otros es una razón para
existir. Dar sombra a los ancianos que vienen para escapar del
calor de sus casas; ofrecer un lugar fresco para que los niños vengan a
jugar; abanicar con nuestras hojas a los que vienen a hacer picnic
y comen sobre manteles a cuadros. Todas éstas son razones para
existir.
A Freddy le gustaba en particular la gente mayor. Se sentaban
tranquilos sobre el pasto fresco y casi nunca se movían.
Conversaban en susurros de los tiempos idos.
Los chicos también eran entretenidos, aunque a veces hacían
agujeros en el tronco del árbol o tallaban sus nombres en él. Aún
así, era divertido verlos moverse tan rápido y reírse tanto.
Pero el verano de Freddy pasó pronto.
Se esfumó en una noche. Freddy nunca había tenido tanto frío.
Todas las hojas tiritaban. Estaban cubiertas con una delgada capa de
blanco que se derritió rápidamente y las dejó empapadas de rocío,
resplandecientes bajo el sol de la mañana.
Otra vez fue Daniel el que les explicó que habían vivido su
primera helada, la señal de que ya era otoño y pronto llegaría el invierno.
Casi enseguida, todo el árbol, en realidad todo el parque, se
transformó en una llamarada de color. Apenas quedó alguna hoja
verde. Alfred se había vuelto de un color amarillo profundo. Ben de un
naranja brillante. Clara se había vuelto roja como una llama;
Daniel, púrpura profundo, y Freddy estaba rojo y dorado y azul. Qué
hermosos estaban todos. Freddy y sus amigos habían convertido el árbol en un arco iris.
-¿Por qué nos ponemos de diferentes colores- preguntó Freddy-, si
estamos en el mismo árbol?
-Cada uno de nosotros es diferente del otro. Hemos tenido
experiencias diferentes del otro. Hemos mirado al sol, y hemos dado
sombra de maneras diferentes. ¿Por qué no habríamos de tener
distintos colores?- dijo Daniel, realista. Daniel le dijo a Freddy
que esa estación maravillosa se llamaba otoño.
Un día sucedió algo muy extraño.
Las mismas brisas que antes los habían hecho bailar, comenzaron a
empujarlos y a tirar de sus tallos, casi como si estuvieran
enojadas.
Esto fue la causa de que algunas de las hojas se quebraran y
cayeran de sus ramas y fueran levantadas por el viento, sacudidas
de un lado a otro, hasta posarse blandamente sobre el suelo.
Todas las hojas se asustaron.
-¿Qué esta sucediendo?- se preguntaban unas a otras en susurros.
-Lo que sucede en el otoño- les dijo Daniel-. Ha llegado el
momento de que las hojas cambien de hogar. Algunas personas lo llaman morir.
-¿Todas nosotras moriremos?- preguntó Freddy.
-Sí- respondió Daniel-. Todo muere, sea grande o pequeño, débil o
fuerte. Primero cumplimos nuestra tarea. Sentimos el sol y la luna,
el viento y la lluvia. Aprendemos a bailar y a reír. Luego morimos.
-¡Yo no voy a morir!- dijo Freddy con determinación-. ¿Tú vas a
morir, Daniel?
-Sí- respondió Daniel-, cuando llegue mi hora.
-¿Cuándo será?- pregunto Freddy.
-Nadie lo sabe con certeza- respondió Daniel.
Freddy observó que las otras hojas continuaban cayendo, y pensó:
Debe de haber llegado su hora”.
Vio que algunas de las hojas resistían a los golpes del viento
antes de caer, y que otras simplemente se dejaban ir y caían
mansamente.
Pronto el árbol quedó casi desnudo.
-Tengo miedo de morir- le dijo Freddy a Daniel; No sé qué es
lo que hay allá abajo.
-Todos tememos a lo que no conocemos, Freddy. Es natural- lo
tranquilizó Daniel-. Sin embargo, no tuviste miedo cuando la
primavera se convirtió en verano. No tuviste miedo cuando el verano
se transformó en otoño. Eran cambios naturales. ¿Por qué tendrías
que temer a la estación de la muerte?
-¿El árbol también muere?- preguntó Freddy.
-Algún día. Pero hay algo más fuerte que el árbol: la Vida, la
vida es eterna, y todos somos parte de ella.
-¿Adónde iremos cuando muramos?
-Nadie lo sabe. ¡Ese es el gran misterio!
-¿Regresaremos en la primavera?
-Nosotros no, pero la vida sí.
-¿Entonces cuál ha sido la razón de todo esto?- siguió
preguntando Freddy-. ¿Por qué estamos aquí? ¿Sólo para caer y morir?
Daniel respondió a su manera objetiva:
-¿Por qué? Por el sol y la luna; por los momentos felices que
hemos pasado juntos; por la sombra y los ancianos y los niños; por los
colores del otoño; por las estaciones. ¿No son razones suficientes?
Esa tarde, en la luz dorada del crepúsculo, Daniel se
desprendió de la rama. Cayó sin esfuerzo. Y mientras caía parecía sonreír apaciblemente.
-Hasta pronto, Freddy dijo.
Después, Freddy quedó solo. Era la única hoja que permanecía en
su rama.
La primera nieva cayó a la mañana siguiente. Era blanda, blanca y
suave; pero era dolorosamente fría.
Casi no hubo sol ese día, que fue muy corto. Freddy notó que
perdía el color y se ponía quebradizo. No dejaba de hacer frío, y la nieve pesaba mucho sobre él.
Al amanecer llegó el viento que separó a Freddy de su rama. No le
abajo.
Al caer, vio el árbol entero por primera vez. ¡Qué fuerte y firme
era! Estaba seguro de que viviría mucho tiempo, y el saber que
había sido parte de esa vida lo llenó de orgullo.
Freddy fue a parar sobre un montículo de nieve. Era bastante
blanda, y hasta cálida. En esta nueva posición, Freddy estaba más
cómodo que nunca. Cerró los ojos y se quedó dormido. No sabía que
después del invierno llegaría la primavera y la nieve se derretiría
y se transformaría en agua. No sabía que su ser aparentemente seco e
inútil, se uniría al agua y serviría para que el árbol se hiciera
más fuerte. Y, sobre todo, no sabía que allí, dormidos en el árbol y en
la tierra, ya había proyectos de nuevas hojas que nacerían en la
primavera.