Después de las horas más tenues
del alba,
el paso por las montañas
trajo lentamente la luz.
Casi al mediodía
la fuente de la plaza
nos dió un agua rotunda,
concreta en su cristal límpido.
Y fuí allá abajo con la gente.
La iglesia
en el ruidoso silencio
del tumulto blanco de los niños,
las naves en sombra
plenas de hombres y mujeres pensativos.
Y comenzaron a volar las palomas.
Se alzó en tiernos brazos
un canto sentido,
la comunión de pequeñas gargantas
enlazadas al cielo
en la primera y grave aspiración
de ser espíritu,
de llegar algún día
al amor entrevisto,
al vuelo de la paloma blanca
al horizonte posible:
Porque el aura del mañana los protege.