En un principio esta flor no era tan apreciada, a pesar de todo el amor que daba, hasta que Dios le ayudó a convertirse en el símbolo del renacimiento del amor y la esperanza
Hace algún tiempo un ser muy especial de mucha sabiduría
y amor me contó esta bella historia al cuestionarle acerca del significado de la Flor de Nochebuena:
"Cuando Dios creó la naturaleza en la Madre Tierra, les pidió a las plantas que crearan sus mejores flores para entregar al mundo y que cada una seleccionara las estaciones del año para su nacimiento. También que siempre dieran a todo aquel que las tomara en sus manos y en su vida, todo lo mejor de ellas: belleza, amor, armonía y sabiduría.
"Cierto día Dios vio que una planta que desde el momento de su nacimiento daba todo lo más sagrado que se encontraba en su esencia con el fin de ser elegida por los humanos para llevar a sus vidas la belleza, amor, armonía y sabiduría que su creador le había entregado como misión.
"Pero por más que se esforzaba por ser elegida, nadie se paraba ante ella para admirarla. Nadie la apreciaba, pues su flor era muy pequeña y sus hojas muy grandes.
"Esto la entristecía, sin embargo siempre entregaba su energía más pura y luchaba por ser feliz, aun cuando ningún hermano la quería...
"Dios al ver esto fue hasta la planta y le dijo:
'Veo que eres una planta muy hermosa y que realizas tu misión con mucho amor, aun cuando tu belleza no es valorada y eso te entristece; sin embargo luchas por ser feliz hasta lograrlo dando tu amor incondicional a tus hermanos pues sabes que lo necesitan.
'Por eso te doy mi sangre, esencia pura, y la deposito en tus hojas transformándolas en el rojo más hermoso, y convirtiéndote, por tu amor y sabiduría, en la flor más bella en la época más importante de esta Tierra.
'Tú serás la representante del amor y la esencia divina del universo".
Desde aquel momento la planta de flor pequeña y grandes hojas se transformó en la bella Flor de Nochebuena, con lo que se convirtió también en la más representativa del renacimiento del amor y la esperanza en este planeta y en todo el universo.
Ahora es acogida por los humanos cada año en sus hogares, con lo que se logra que esta flor hermosa cumpla con la tarea de traer belleza, amor, sabiduría y armonía a las vidas de todas las personas de la Tierra.
Así, la Flor de Nochebuena cumple con la misión que Dios dejó con su sangre en sus hojas: dar amor y esperanza para todos los seres.
Caminaba un mendigo por un camino pedregoso, descalzo, harapiento, con su alforja al hombro. Traía el alma muy triste, los ojos bajos, hundidos, maldecía su suerte. De pronto sintió a sus espaldas el galope de unos caballos que tiraban de una carroza, y la carroza se detuvo frente a él, se abrió la puerta, y el Rey que iba en ella sentado le dijo: "Buen hombre no se aparte usted de este camino, porque una de estos días volveré a pasar por aquí y le voy a dar una limosna muy grande; dejará de ser pobre para siempre". Los caballos volvieron a echarse al galope y la carroza se perdió en el polvo del camino. El mendigo tardó unos minutos en reponerse de su asombro.
Se restregó los ojos y se puso a soñar. "Dejaré de ser mendigo, zapatos nuevos, vestido limpio, abundante comida, no volveré a transitar por estos caminos de miseria". El mendigo no se separaba de aquella senda. Pasaron varios días, parecía que todo iba a resultar cuento de hadas, pero una tarde oyó a lo lejos el galope de unos caballos, que se fueron acercando, ¿Será el Rey?
La carroza se detuvo nuevamente al lado del mendigo, abrió el Rey la puerta de su carruaje suavemente, y se quedó mirando al mendigo que con la mano abierta le decía: "¿Qué me vais a dar, Majestad?". El Rey lentamente le alargó la mano vacía diciéndole: "Mejor dame tu a mi una limosna, el Rey te pide una limosna, mendigo" Se quedó confuso el pordiosero, se enojó tanto que quiso volverle la espalda y retirarse. Pero pensó que algo le dolería más que eso. Le dijo: "Le daré a su Majestad la limosna que pide". Metió la mano en la alforja en la que había cinco kilos de granos de trigo y después de rebuscar un buen rato escogió el grano mas pequeño y lo puso en la mano del Rey; "Muchas gracias, mendigo, gracias por tu limosna" cerró la puerta y arrancaron al galope los caballos.
El pordiosero rabioso maldecía al Rey por haberlo ofendido, se había burlado de su pobreza. Llegó ya de noche a su choza y vació su alforja. Había en ella unos pedazos de pan duro, unas papas y aquellos cinco kilos de granos de trigo. De repente vió algo que brillaba en el fondo de la alforja. Parecía oro. "Tengo fiebre he soñado con el oro y me parece verlo, no puede ser", pensó; pero era oro. "¿Quién me lo habrá dado?" Se puso a repasar sus andanzas; "En aquella casa, me dieron con la puerta en la cara, aquella señora me dió los pedazos de pan duro, y aquel labrador me dio el trigo." De pronto pasó por su imaginación la escena de la carroza, del Rey y del grano de trigo que dejó en su mano, y todo lo entendió en un momento. "Yo te di un grano de trigo y tú lo convertiste en un grano de oro. ¿Porqué no te di todos los granos de trigo?, ahora serian granos de oro, cinco kilos de oro, y hubiera dejado de ser pobre para siempre, pero, "mi avaricia me perdió" y seguiré siendo un pobre toda la vida".
Por nuestra vida pasa disfrazado un Rey que nos pide una limosna, solemos darle como el mendigo un granito, unas migajas, lo que nos sobra y El agradece y sigue su camino. Al final de la vida, al vaciar nuestra alforja de peregrinos de este mundo, veremos que en el fondo de ella algo que brilla más que el oro, la pequeña limosna que le dimos a Dios. Ojalá no tengamos que decir como el mendigo: " Mi avaricia me perdió" ¿por qué no le di todos los granos?.
Es mejor dar que recibir. Pocos lo creen, pero esos pocos saben que es verdad. El ciento por uno del que hablaba Jesús no es un cuento.
Caminaba un mendigo por un camino pedregoso, descalzo, harapiento, con su alforja al hombro. Traía el alma muy triste, los ojos bajos, hundidos, maldecía su suerte. De pronto sintió a sus espaldas el galope de unos caballos que tiraban de una carroza, y la carroza se detuvo frente a él, se abrió la puerta, y el Rey que iba en ella sentado le dijo: "Buen hombre no se aparte usted de este camino, porque una de estos días volveré a pasar por aquí y le voy a dar una limosna muy grande; dejará de ser pobre para siempre". Los caballos volvieron a echarse al galope y la carroza se perdió en el polvo del camino. El mendigo tardó unos minutos en reponerse de su asombro.
Se restregó los ojos y se puso a soñar. "Dejaré de ser mendigo, zapatos nuevos, vestido limpio, abundante comida, no volveré a transitar por estos caminos de miseria". El mendigo no se separaba de aquella senda. Pasaron varios días, parecía que todo iba a resultar cuento de hadas, pero una tarde oyó a lo lejos el galope de unos caballos, que se fueron acercando, ¿Será el Rey?
La carroza se detuvo nuevamente al lado del mendigo, abrió el Rey la puerta de su carruaje suavemente, y se quedó mirando al mendigo que con la mano abierta le decía: "¿Qué me vais a dar, Majestad?". El Rey lentamente le alargó la mano vacía diciéndole: "Mejor dame tu a mi una limosna, el Rey te pide una limosna, mendigo" Se quedó confuso el pordiosero, se enojó tanto que quiso volverle la espalda y retirarse. Pero pensó que algo le dolería más que eso. Le dijo: "Le daré a su Majestad la limosna que pide". Metió la mano en la alforja en la que había cinco kilos de granos de trigo y después de rebuscar un buen rato escogió el grano mas pequeño y lo puso en la mano del Rey; "Muchas gracias, mendigo, gracias por tu limosna" cerró la puerta y arrancaron al galope los caballos.
El pordiosero rabioso maldecía al Rey por haberlo ofendido, se había burlado de su pobreza. Llegó ya de noche a su choza y vació su alforja. Había en ella unos pedazos de pan duro, unas papas y aquellos cinco kilos de granos de trigo. De repente vió algo que brillaba en el fondo de la alforja. Parecía oro. "Tengo fiebre he soñado con el oro y me parece verlo, no puede ser", pensó; pero era oro. "¿Quién me lo habrá dado?" Se puso a repasar sus andanzas; "En aquella casa, me dieron con la puerta en la cara, aquella señora me dió los pedazos de pan duro, y aquel labrador me dio el trigo." De pronto pasó por su imaginación la escena de la carroza, del Rey y del grano de trigo que dejó en su mano, y todo lo entendió en un momento. "Yo te di un grano de trigo y tú lo convertiste en un grano de oro. ¿Porqué no te di todos los granos de trigo?, ahora serian granos de oro, cinco kilos de oro, y hubiera dejado de ser pobre para siempre, pero, "mi avaricia me perdió" y seguiré siendo un pobre toda la vida".
Por nuestra vida pasa disfrazado un Rey que nos pide una limosna, solemos darle como el mendigo un granito, unas migajas, lo que nos sobra y El agradece y sigue su camino. Al final de la vida, al vaciar nuestra alforja de peregrinos de este mundo, veremos que en el fondo de ella algo que brilla más que el oro, la pequeña limosna que le dimos a Dios. Ojalá no tengamos que decir como el mendigo: " Mi avaricia me perdió" ¿por qué no le di todos los granos?.
Es mejor dar que recibir. Pocos lo creen, pero esos pocos saben que es verdad. El ciento por uno del que hablaba Jesús no es un cuento.