Tu fuiste ese guerrero que me hirió en el combate…, pero también el monje que ha rezado por mi…, y el hijo por el cual, el corazón más late…, y el sabio alucinado… del que tanto aprendí…
Y yo fui el peregrino que te prestó su báculo…, y el chamán que aquel día te salvó de morir…, y aquella pitonisa que consultó al oráculo, preguntando a los dioses tu hora de partir…
Como actores de paso de un teatro itinerante, en vez de pueblo en pueblo…fuimos de vida en vida…, jugando a ser el loco…el poeta…la amante…, el pastor…el viajante…la santa…el homicida…
¡Cuántos juegos jugamos…desandando milenios…!: ¡El que cura…el que mata…el que salva…el que peca…! ¡Y fuimos los druídas…los celtas…los esenios…, y fuímos los egipcios…los mayas…los toltecas…!
Y hoy te cruzo en la calle…¡y no me reconoces!..., y muy adentro mío se me estruja una cuerda… y te grito en silencio -¡un silencio a mil voces!- : “¡compañero del alma!...¿¡cómo no me recuerdas…!?”
Jorge
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