Mientras anoche dormitaba, disfruté un sueño, muy ufano, ¡porque soñé que me brotaba un resplandor de cada mano…!
¡Sendas estrellas transparentes difuminaban su esplendor, con un matiz iridiscente que resaltaba su fulgor…!
Las agitaba ante mi vista para ver si eran ilusión, en un afán por ser realista… ¡aunque los sueños…sueños son…!
Me preguntaba: “Estas estrellas que aquí en mis manos ahora están…, ¿serán fugaces como aquellas, que apenas brillan…y se van…?”
Mientras dormía, las pasaba sobre la frente de mi niño…, ¡y su sonrisa dibujaba cascabelitos de cariño…!
Luego apoyaba las dos palmas sobre un jazmín que se moría…, ¡y era una fiesta para el alma el comprobar que revivía…!
Después la espalda acariciaba de algún hermano lastimado…, ¡y su dolencia se esfumaba como si nunca hubiera estado…!
¡Esas dos lágrimas del cielo, del más purísimo cristal, con su fulgor de terciopelo neutralizaban cualquier mal…!
Yo de mi asombro no salía: ¡no es ningún hecho cotidiano esa tremenda algarabía de ir con un astro en cada mano…!
Y me mostraban más sus huellas cuando los ojos me cubría, porque al mirar a través de ellas… ¡el mundo entero relucía…!
Y no entendía claramente -al ver la vida iluminada-, si ese fulgor estaba enfrente… ¡o acaso estaba en mi mirada…!
Y al despertar hoy muy temprano, llegué a notar –ebrio de gozo-, ¡que aún emanaba de mis manos un tenue brillo vaporoso…!
Pero me asombra más un hecho al que no le hallo explicación: cuando las junto sobre el pecho… ¡siento brillar el corazón…!
Jorge Oyhanarte
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