Cuentan los hindúes una extraña leyenda para explicar cómo es la búsqueda de Dios: La leyenda del ciervo almizclero.
“Hace muchos años había un ciervo que continuamente sentía en su hocico la fragancia del olor de musgo. Subía por las verdes pendientes de los montes y sentía ese perfume delicioso, penetrante, dulcísimo. Salía al bosque y sentía ese aroma en el aire, a su alrededor.
No acertaba el ciervo de dónde podía venir ese perfume que tanto le perturbaba. Era como el reclamo de una flauta a la que no se le puede resistir.
Obsesionado empezó a correr de bosque en bosque en busca del origen de aquel extraordinario perfume. La búsqueda se hizo cada vez más obsesionante.
El pobre animal no quería ya ni comer, ni beber, ni dormir, ni nada. No acertaba a saber de dónde venía el reclamo de ese perfume, pero sentía la espuela que le impulsaba a buscarlo a través de cerros, bosques y colinas, hasta que muerto de hambre y de cansancio, exhausto anduvo errante, resbaló en una roca y cayó mortalmente herido.
Sus heridas eran dolorosas y profundas. El animal se lamió el pecho sangrante y, en ese preciso momento, descubrió lo más increíble. El perfume, ese perfume que lo había desconcertado, estaba precisamente allí, adherido a su mismo cuerpo, en el “portamusgo” que tienen todos los ciervos de su especie”.
Leyenda hindú
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