El verdadero mundo
Recuerdo el viento claro de otras tardes.
Tocando castañuelas prodigiosas le daba larga cuerda a mi niñez. Yo le pasaba alegre mis cabellos, mi falda, y él, jugando, se los daba al perro que ladraba tras de mí. Correr, reír, morir de golpe sobre el liso pasto, la colina aquella, el verdadero mundo a la intemperie en donde el sol echaba mil monedas. Después, de flores sucia todavía, volver a la casona mansamente.
Mi voz quedó colgada de las ramas. Mis ojos se vaciaron en garúas. También perdí mi nombre. ¡Nada! ¡Nadie! Soy yo sin la niñez de mi alegría.
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