-“Hace dos años, Maestro, que medito,
encerrado en mi cueva, en la montaña…,
y creo haber hallado -¡Dios bendito!-,
esa Verdad que mi Ser tanto extraña…
Allí asumí, en mi contemplación,
¡que soy el caminante…y el camino…!,
y estremecido de gozosa unción,
¡alcancé a reflejarme en lo Divino…!”
El anciano lo miró muy fijamente
-como si lo estuviera sopesando-;
su mirada lo escrutó prolijamente,
y luego susurró: “¡sigue buscando!”.
Dos años más el alumno en su cueva,
continuó investigándose por dentro…,
y después de pasar la dura prueba,
otra vez se postró ante su Maestro…
-“Lo descubrí, por fin! (dijo anhelante):
¡el ego me tendía una emboscada!,
pues no soy ni el camino…ni el caminante…
¡He comprendido al fin…que no soy nada…!”
Lo ojos del anciano se posaron
sobre su alumno, con infinita paz…,
y sus labios serenos murmuraron:
-“…debes profundizar un poco más…”
Otros dos años pasaron con la prisa
con que el invierno lo persigue al verano,
y el discípulo de la etérea pesquisa,
se confesó de nuevo ante el anciano:
-“Aún no se si encontré lo que buscaba…
pero no tengo tanta expectativa…
¡Ya no anhelo lo que antes anhelaba!
¡Hoy sólo siento el flujo de la Vida…!”
El sabio se sonrió muy fugazmente,
(¡fue casi imperceptible su contento!) ;
mientras sus ojos brillaban mansamente,
le dijo con dulzura: -“¡Haz otro intento!”.
Una vez más, dos años transcurrieron…,
y el alumno, de nuevo ante el anciano… :
¡en él resplandecía un brillo nuevo…!
¡en sus ojos…sus gestos…y sus manos…!
-“¡El amor ha explotado aquí en mi Centro!
¡Mi corazón desborda de ternura!
¡Solo anhelo servir, dulce Maestro!
¡Ya no quiero buscar Verdad alguna!”
El anciano miró placidamente
a ese rostro de gozo traspasado…,
y le dijo después, muy suavemente… :
-“No hace falta buscar… ¡Ya la has hallado…!”
Jorge