Los padres son los primeros y muchas veces los más grandes maestros que una persona llega a tener a lo largo de toda su vida. Nuestros padres nos presentan el mundo y nos enseñan cómo desenvolvernos en él. Por efecto o defecto, la mayor parte de nuestras acciones como adultos están teñidas de una u otra forma por la influencia de nuestros progenitores.
Nadie nos enseña a ser padres ni a ser hijos. No recuerdo ni una sola hora dedicada al tema en los 18 años de educación formal que recibí, imagino que los encargados de diseñar los programas educativos deben considerar que hay asuntos más importantes que aprender a hacer familia.
A golpes y tropezones, quizás aprendas a ser hijo cuando seas padre y puedas valorizar todo lo que tus padres hicieron por ti y entonces te des cuenta de lo difícil y compleja de su tarea.
Quizás si has permitido que la vida y el tiempo dejen una huella en ti, cuando seas abuelo aprendas a ser padre. Y desde una perspectiva que sólo la madurez y el rodaje dan, comprendas que algunas de las prioridades que gobernaron tu vida no eran en realidad tan importantes.
Con toda seguridad si eres padre o si deseas serlo, te gustaría que tus hijos te vean con buenos ojos y valoricen el esfuerzo que has hecho para criarlos, cuidarlos, alimentarlos, mimarlos, apoyarlos, educarlos y amarlos o, al menos, es seguro que desearías que ellos te demostraran amor y respeto. Sus quejas y reclamos te han de parecer injustas e inmaduras. Es también probable que tus hijos te miren de manera muy similar a la forma en que tú miras a tus padres. ¿Cómo no iba a ser así? Si fuiste, eres y serás su gran maestro y de ti han aprendido los afectos.
No importa lo grande que seas, lo importante, lo exitoso, lo independiente que te creas, con toda seguridad frente a papá y mamá te sientes como un pequeñín necesitado de atención, apoyo, afecto, valorización y amor.
Tus padres te dieron todo lo que tenían para darte, de la forma en que podían y sabían hacerlo. Ten por seguro que si hubieran podido hacer más lo habrían hecho. Igual como tú has hecho o harás todo lo que has sabido y podido con tus hijos.
Aún no es posible crear vida. Un hombre y una mujer han de unirse para que la magia de la creación de un ser humano ocurra. De tus padres has recibido el más preciado tesoro que un ser puede recibir: la vida. Todo lo demás que te puedan haber dado vino por una añadidura, fue un extra.
Pero nada es suficiente para el pequeñín que habita dentro de nosotros, queremos más y más. Mamá no hizo esto, papá no hizo aquello, mamá no me dio eso y papá me negó aquello. No podemos amar y honrar incondicionalmente a nuestros padres con lo bueno y lo malo que nos dieron, de igual forma como somos incapaces de amarnos y honrarnos incondicionalmente a nosotros mismos y a nuestras creaciones. Atesoramos nuestros reclamos, quejas y demandas insatisfechas con más dedicación que la que le damos a valorizar todo lo hermoso que nuestros padres nos dieron. Nos cuesta destetarnos y crecer emocionalmente, tanto como nos cuesta ser felices y sentirnos plenos.
Y de seguro, si no has puesto a tu padre y a tu madre en tu corazón, con amor genuino, sin ceguera ni idealizaciones sino que simplemente con agradecimiento y comprensión, no conseguirás ser feliz en la vida, te costará encontrar una pareja junto a quien experimentar alegremente la aventura de la vida y un trabajo que te satisfacciones y seguridad. Como un niño dañado deambularás por la vida dando tumbos, sin encontrar un rumbo y lo que es aún peor con mucha probabilidad terminarás repitiendo esos patrones que tanto te molestan de tus padres y tus hijos algún día te reprocharán lo que juraste nunca hacer como padre.
Somos frutos de un árbol y lo que decimos del árbol lo decimos del fruto, las palabras amargas que usamos para referirnos a nuestros padres, se nos devuelven como un boomerang y antes que nos demos cuenta actuaremos en consecuencia a lo que le reclamamos al clan del cual provenimos.
Pero ya llegó la hora de crecer y despertar, ya estamos lo suficientemente grandes para dejar de exigir y exigir y llegó nuestra hora de dar, dejemos a papá y mamá con su historia, démosle las gracias por todo lo que nos dieron aún cuando sólo sea la vida recibida. Bendigamos nuestra historia y nuestras raíces, gracias a ella existimos. Recibamos lo bueno y lo malo, con humildad y sintamos el apoyo energético que nuestros ancestros nos dan.
El colectivo de la humanidad se cansó de estar dormidos, necesitamos despertar. Escojamos hoy ser felices como una forma de honrar a quienes nos dieron la vida y propongámonos en nombre del amor ser libres y grandes para poder recrear nuestra historia sin necesidad de repetir viejos patrones que ya no se ajustan a nuestras más altas opciones.
Somos parte del todo, bendigamos nuestra pertenencia y abramos nuestro corazón al amor Universal, fuente creadora y motor impulsor del gran cambio que hemos tenido el honor de presenciar.