Edición nº 146: La carta que no puedo responder
Fondo/Diseño/Crislu2008
La carta que no puedo responder se encuentra ahora sobre mi mesa.
Llegó a mis manos gracias a los esfuerzos de un matrimonio holandés que,
en junio de 2006, me envió un mensaje de correo electrónico.
Yo no le di mayor importancia,
y no respondí. Insistieron a finales del mismo mes,
y yo tampoco les presté atención.
Hasta que llegó la advertencia con palabras más serias:
“Ésta es la última vez que le pedimos este favor.
Le dejamos a su criterio la decisión de escribirle o no a Justin.
A criterio de su conciencia, más bien.
Yo conocí sus libros justamente porque él me los recomendó.
Atentamente, Jacobus [omito el apellido]”.
Leo cuidadosamente el texto del mensaje:
allí se dice que Justin Fuller,
prisionero nº 999266 de la Unidad Polunsky,
de Livingston, Texas, va a ser ejecutado
justamente el día de mi cumpleaños: el 24 de agosto.
Su abogado, Don Bailey, ya ha recurrido a todas las instancias,
y el caso se da por perdido.
No me piden que denuncie el caso en público
ni que me posicione al respecto:
sólo quieren que le envíe a este lector
algunas palabras para confortarlo.
Tecleo el nombre de Justin en un buscador de Internet.
Veo su foto, descubro que existe una página
con los nombres de todos los que están
(o estaban) en el corredor de la muerte de Texas.
Leo su ficha policial: www.tdcj.state.tx.us/stat/fullerjustin.htm
Escribo la carta.
La semana siguiente a la de mi cumpleaños,
Jacobus me vuelve a escribir:
Justin la había recibido,
y me había respondido antes de ser ejecutado.
La carta me está esperando en un hotel
en el que suelo alojarme en cierta ciudad,
y que puse como dirección en el remite.
Finalmente,
en los últimos días de octubre de 2006,
paso por el hotel.
Sé que me está esperando la carta de un condenado
a muerte.
Sé que él ya ha sido ejecutado.
Recojo la carta, paro en un bar,
y leo las palabras de alguien
a quien nunca más podré responder.
A quien tampoco puedo pedirle
autorización para publicar algunos trechos,
pero como estamos discutiendo
una verdadera aberración de la justicia
(la muerte como instrumento del estado)
transcribo aquí algunas frases:
“Estimado Sr. Coelho:
“El corredor de la muerte es el lugar
en el que las políticas del Poder, la Retribución,
y la Violencia, se aplican a un hombre usando
[materiales como] el cemento y el acero…
hasta que este hombre se transforma en acero,
y su corazón llega a ser tan duro como el cemento.
Sin embargo, aunque el acero pueda ser duro,
aún puede ser flexible,
y aunque el corazón se haya transformado en cemento,
todavía es capaz de latir.
Más allá [del cemento y el acero] queda el hombre,
su amor por la vida, y los grandes principios
que rigen la actuación del ser humano”.
“Su carta me sorprendió bastante.
Y es muy extraño que mi trascendencia
[Justin usa siempre este término, en lugar de “ejecución”]
pueda tener lugar justo el día de su cumpleaños.
Por supuesto que espero que eso no ocurra,
pero ambos sabemos que la vida siempre
viene acompañada de la muerte.
En los Estados Unidos ejecutan prisioneros
en nombre de lo que llaman “justicia”,
sin tener en cuenta la posibilidad de obtener
una buena defensa,
ni la situación familiar en la que alguien nació y creció”.
“Mientras espero el último recurso a la Corte Suprema,
me siento lleno de vida, fuerte, y con mi espíritu completamente libre”.
“Si trasciendo, por fin podré flotar en el viento y disfrutar la libertad.
He logrado entender que,
aunque mi cuerpo esté preso, mi vida cambió,
y mi alma aún puede amar, pues toda libertad es mental.
Hay muchas personas en este mundo que,
a pesar de estar fuera de la cárcel,
se encuentran mucho más presas que yo”.
“Sólo cuando estas personas
comprendan que la libertad es un estado mental,
podrán disfrutarla de verdad”.
La carta que no pude responder es bastante más larga.
Describe la relación que establecimos a través de mis libros.
Nos desea lo mejor del mundo a mí y a mi familia.
Y ahora descansa sobre mi mesa.
La carta que no pude responder,
de un condenado a muerte,
preso a los 19, ejecutado cuando tenía 27 años de edad,
no contiene palabras quejumbrosas:
habla de libertad y de vida.
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