arroyo saltaban en las piedras un caserón dormido doblaba su silueta salpicando de tiempo, coronado de hiedra deteniendo tormentas a pesar de sus gritas.
El revoque perdido por los vientos del oeste mostraba la gastada quietud de sus ladrillos y a un costado del mismo, con su figura agreste, los aromos pintaban un cielo celeste.
Y tu y yo, como nadie descubriendo otro mundo en nuestro amor prohibido en medio de las flores bajo su techo oscuro, desgastado y profundo, soñábamos la tarde de cuentos y de amores.
Y el caserón entonces, hermano y solitario, como una antigua foto perdida en algún rollo, nos saludaba en sombras, nos esperaba a diario para contar historias al agua del arrollo.
|