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Atraídas por el fuego del deseo, las soledades se desvanecen por un tiempo, en brazos ansiosos de otros brazos, en manos en busca de otras manos, en besos en busca de otros besos, en lenguas saciando la sed en otro cuerpo, en pechos rozándose en silencio, en ascuas jugando con la leña, en sexo ávido de otros sexo, en ojos mirándose encendidos, en abandono por fín de los sentidos. Refugiarse al abrigo de su aliento, para descansar en él, y esperar la mañana que está aún lejos, jadeante pero ebrio, el amante duerme abrazado en el lecho, sintiendo una piel que no es la suya, recibiendo caricias en su espalda, que le erizan la piel aún agitada, notando el aliento que juega con su nuca, y le despierta dulcemente agitando sus sueños.
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