Subí a la barca cuando el mar en calma se me antojaba y apaciblemente subió Jesús, posesionando mi alma hermosamente, paulatinamente.
Quise pescar. Se antoja en ese ambiente lanzar las redes con la imperativa destreza al entusiasmo concerniente del noble afán de un alma sensitiva;
pero de pronto, repentinamente, el viento huracanado, enfurecido, al apacible mar había encrespado.
Yo le grité a Jesús como un demente; pero Jesús estaba bien dormido pues estando con El, lo había ignorado.
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