Mas no, que también velando
en su triste soledad,
con el alma dolorida
un hijo infeliz está;
y en medio de la amargura
de su mísera aflicción
al suspirar por su madre
calma un tanto su dolor.
¡Ay! suspiro, que en mi pecho
el amor hizo nacer,
parte veloz, ahora mismo,
adonde mi alma se fue;
y dile a mi dulce madre,
ocultando tu aflicción,
que eres consuelo en su ausencia,
que eres prenda de su amor.
Y dile, si acaso llora,
proscrito al verme infeliz,
por Dios, que enjugue su llanto,
que no lo vierta por mí.
Tal vez sus lágrimas pías,
agravando su pesar
haranme víctima triste
de inconsolable orfandad.
Que ella es la luz de mis ojos,
el remedio en mi dolor,
el sostén de mi esperanza,
la vida del corazón.
Que guarde su tierno llanto
para otro cercano mal...
¡Quizá las puertas se me abren
de la inmensa eternidad!
Que una lágrima en mi tumba
debo a sus ojos pedir;
pero esa lágrima sólo
por el tiempo que viví.
Entre tanto, madre mía,
calme el cielo tu aflicción,
recordando que padezco
por mi patria y por mi honor.
Todo harán mis enemigos
con la fuerza y su maldad;
pero no impedir que te ame,
eso no, jamás podrán:
Y a que conozcas te envío
desde extranjera mansión
«Un recuerdo», a tu memoria
y a tus caricias, mi amor.
Rafael Carvajal (1818-1881)