¿Por qué tantas religiones?
En realidad las religiones no son tan numerosas como se cree. Si las despojamos de sus ornamentos culturales muy variados (y a veces suntuosos), aparecen tres grandes clases: el politeísmo, el panteísmo y el monoteísmo.
Los seguidores del politeísmo adoran a muchos dioses.
El panteísmo es una filosofía según la cual todo lo que existe se identifica con Dios. Sus seguidores divinizan la naturaleza y reemplazan al Creador por lo que él creó. Ejemplo: el sol era el dios Ra para los antiguos egipcios. Y hoy día, el que sólo cree en la Ciencia, en realidad atribuye el lugar de Dios a la materia y a las leyes científicas. De hecho, es negar el testimonio que la creación da del Dios único: “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20).
El monoteísmo reconoce la existencia de un único Dios, quien es una persona y no una influencia ni una simple potencia. En la antigüedad, el monoteísmo sólo fue atestiguado por los hebreos. La Biblia revela al Dios que creó todo y ante quien los hombres son responsables.
Volvamos, pues, a ella, la única revelación que el Dios único ha dado de sí mismo, primero por medio de los profetas y luego por Jesucristo, su Hijo unigénito. Confiemos en el único Dios que ella revela.
Para aquel que cree en el único Dios, en definitiva sólo hay dos actitudes posibles: la que dice: –Haz lo que es agradable a Dios y en compensación recibirás la bendición que él te deberá dar; y la que dice lo contrario: –Empieza por recibir lo que Dios quiere darte y luego podrás hacer lo que le debes. La primera es la religión del hombre: «doy para que des»; la otra se apoya únicamente en la gracia divina, que da sin exigir nada a cambio.
Cuando comprendo que Dios juzgará toda mi vida, procuro hacer lo que a mi parecer debe agradarle: buenas obras asociadas con práctica religiosa. Y me imagino que el bien que quiero hacer compensará el mal que he hecho, ¡o que por lo menos moverá a Dios a la indulgencia! Este razonamiento es erróneo desde el principio. El bien nunca compensará el mal. Por mis méritos nunca podré alcanzar la santidad que conviene a la presencia de Dios.
Pero la Biblia invita a aquel que se reconoce pecador ante la santidad de Dios a recibir gratuitamente su perdón. Para darme la vida, Dios se valió de su autoridad de Creador. Para ofrecerme su justicia, dio a su propio Hijo a fin de que cargara con todos mis pecados. Sólo debo aceptar su gracia y recibir a Jesús en mi vida. Después me siento impulsado a obedecerle y a hacer el bien, no como un deber, sino como un privilegio.
TOMADO DE LA BUENA SEMILLA.NET
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