NO PUEDO VIVIR SIN MÍ
La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que
queremos es cuidarlo, ocuparnos de él, escucharlo,
procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que
disfrute de la vida y regalarle lo que más quiere en el mundo,
llevarle a los lugares que más le agradan,
facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y
comprensión. Cuando el otro nos quiere hace exactamente lo mismo.
Ahora me pregunto: ¿Porqué no hacer estas cosas con
nosotros mismos?
Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo,
que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas
más fáciles, de regalarme las cosas que me gustan,
de buscar comodidad en los lugares donde estoy,
de escucharme y comprenderme. De tratarme como trato a los que más quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es
quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas
juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente,
mi manera de relacionarme conmigo será complicarme
la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.
El mundo actual golpea a la puerta para avisarnos que
este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer,
sufrir y morir) no solo es mentira, sino que además está
malintencionado (les hace el juego a unos comerciantes de almas).
Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo, soy yo. Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme
tal como soy. Debo replantear posturas. Porque frente a alguna característica de mí que no me
guste hay siempre dos caminos para resolver el problema. El primero que es el clásico: intentar cambiar. El segundo es tratar de no detestar esa característica,
y permitir que, por sí misma esa condición se modifique. Para cambiar algo el camino realmente comienza cuando
dejo de oponerme.
Jorge Bucay
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