AQUELLA LUZ
Entonces se puso su cabeza en mi regazo, arrodillado ante mí, y yo miré su
pelo oscuro y suave, un poco más largo que de costumbre, como siempre que
va a hacérselo cortar. Sus largos brazos me estrecharon y todo lo que
parecía estar sembrado de espinas desapareció. Acaricié su cabello. El aire
era de raso; el color ambarino de la luz transformaba la piel en satín. No había
un espejo allí, pero yo registré ese momento como una fotografía color sepia
en la que un hombre y una mujer, cansados de ser arrastrados hacia los
remolinos del río por la corriente rápida de la ira, los celos, las
equivocaciones, los rudos golpes de haber vivido... cortan el elástico de la
tensión y, al instante, se sientes libres como dos barquitos navegando
armoniosamente. Una fotografía desfallecida, neblinosa y bella. Ese gesto
entregado me quebró. Se me escurrieron las palabras, ¿Qué podía decirle?
¿Qué podría reprochar? ¿Qué podía pedir que no estuviera recibiendo ya?.
Todos los discursos del universo eran menos elocuentes que el calor de sus
brazos aferrándome, o más bien, aferrándose de mí...
Acaricié su cabello, sus mejillas hundidas, sus ojeras oscuras. Suavemente.
Él subió su cabeza de mi regazo a mi pecho, y su expresión de dolor se fue
mudando a paz. Dijo: "Te quiero, perdóname." Lo dijo muchas veces , muchas
veces... Frotó su rostro en mis manos y su llanto las humedeció. Todo quedó
lavado con esas lágrimas. Purificado. Claro. Borrados los precipicios.
Borradas las esperas con dolor en las tripas. Borrada la incertidumbre.
Borrada la rabia. Borrados los detalles, las piedras pesadísimas que hubieran
hundido la embarcación. No es que no doliera, sino que su amor fue la
anestesia que acallo el dolor. Cómo puede un gesto sencillo y verdadero
obrar su milagrosa curación. Cómo una voz que nace de la fuente encantada
del amor es capaz de sanar los tules rasgados de la ilusión, las cortaduras del
alma... Los actos simples hacen simple al hombre. ¡Y qué difícil es ser un
hombre simple! Él puso su cabeza sobre mi regazo, arrodillado ante mí.
Entregado. Sincero. Avergonzado. Cansado. Vengo del infierno, musitó. Y yo
supe que era cierto. Que solamente el infierno puede borrar el brillo de la
mirada y dejar un pozo en cada ojo... ¡Cómo pudo ser que no me haya dado
cuenta! ¿Y, qué esperabas, qué creíste, qué buscabas?
No sé... las cosas estaban tan difíciles con vos... me pareció que no me
querías más, que yo ya no te importaba. Me volví loco. Tenía que llamarte la
atención... pensé que podía manejar la situación y caí en mi propia trampa.
¿Te sirvió? ¡Me horrorizó! No quiero recordar los detalles de esa historia;
podría parecer un alarde de imaginación tortuosa, enfermiza. Me basta con
saber que nada pudo destruir lo esencial. Que lo sagrado siempre quedó
conmigo, y tuvo que regresar para recuperarlo... Acaricié su cabello suave.
Besé sus párpados. Sus mejillas mojadas. Nunca estuvimos tan cerca como
en ese momento. Nunca nos miramos tan hondo durante tanto tiempo. Tan
hondo, tanto, tanto, que vi cuando sus ojos recuperaron aquella luz perdida.
Venía del fondo, creciendo como un incendio: llama tibia, fogata, hoguera,
sol.
Amaneció su vida.
Amaneció mi vida.
Y no es que no doliera, ni que no hubiese existido la noche
antes de ese amanecer... sino es que el amor... ay, el amor...
Poldy Bird -