Duende encantado que tocaste a mi puerta dejando entrar la luz de la mañana: ¿Por qué te fuiste sin avisarme que sólo me estabas engañando?
Yo creí que la alforja de oro que me dabas guardaba la esperanza de la esmeralda; sin embargo, siendo real y apreciable, su tesoro era una estrella errante de la noche.
En el corto tiempo que tuve aquel destello viví de ilusiones que tú creaste siendo vagabunda de tus sueños y al despertar sólo vi oscuridad.
No toques a mi puerta nuevamente porque prefiero la costumbre de lo oscuro a la incertidumbre de la luz que ciega la visión de mis ojos nocturnos.