Durante el tiempo en que las niñas descubren que su infancia ha quedado atrás hay una línea muy fina de tiempo. Es cuando dejan de jugar en los columpios y de jugar a la cuerda con las demás niñas en los patios de las escuelas. Ahora ya no buscan ese tiempo de compañerismo sino hay otros elementos que inundan sus pensamientos.
Hay un popurrí de conversaciones muy distintas a las que solían platicar. Sus miradas y sus instintos empiezan a cambiar. Buscan platicar de lo que miraron en la televisión el día anterior. O quizá de lo que escucharon, atrevidamente sin ser incluidas claro, en las pláticas de las mujeres adultas.
Ahora es cuando prestan más atención a su apariencia física. A su vestir a su caminar y sus esfuerzos se enfocan en cuantas mirada cautelosas pueden causar en los chicos de la aula.
Para algunas niñas no es un tiempo fácil de cruzar. Porque siempre hay las que tienen mas experiencia, las que según ellas lo saben todo aunque el tiempo y la vida nos demuestra que en realidad no sabían nada.
Un cierto día cuando empezaba a experimentar ese paso que todas hemos cruzado, estaban mis compañeras platicando de los perfumes que sus madres usaban. Que usaban cuando asistían a esos eventos especiales donde las mirábamos con admiración mientras se arreglaban. Y para cada una de nosotras eran unas princesas.
¿Que estoy diciendo? No, no eran princesas, eso era muy poco para la belleza que miraban nuestros ojos. Esas mujeres caseras sencillas se convertían, aunque fuera por una solo noche, en todas unas reinas. Con esos vestidos ostentosos y esos peinados que de seguro costó una pequeña fortuna a la familia.
Y cual más queríamos apantallar que nuestra madre, aunque no fuera cierto, usaba el perfume más prestigioso, el más caro o el más extravagante. ¿Cuantas mentiras y cuantas trasgresiones habremos cometido entre ese enlace de platicas? Se mencionaban nombres que algunas ni siquiera podíamos pronunciar. Pero, ¿que importaba? Lo hacíamos con tanta confianza, con tanta precisión que nadie se atrevía a corregir la pronunciación. En el clásico de clásicos se encontraba el Channel No 5 y era obvio que ninguna de nosotras teníamos el dinero para conseguir. Pero en nuestra imaginación todo era posible.
Recuerdo que esa tarde al regresar a mi casa decidí preguntarle a mi madre el nombre del perfume en el que yo, junto con mis compañeras, podría presumir. Debido a que mi madre siempre era una mujer muy ocupada en el hogar no tuve esa oportunidad. Trate de acercarme a ella a ver si podría oler algún perfume.
Pero en realidad, ¿de que me servía eso? Yo no era ninguna conocedora de perfumes. Así que mi mente no descanso hasta que de una manera u otra encontrara el plan perfecto de obtener esa información que para mi era tan valiosa. Los siguientes días traté de evadir el tema entre mis compañeras. Quería estar segura y no titubear cuando mi turno llegara en esa reunión de dar la marca del nombre del perfume. Pero sabía que no me podría esconder toda la vida así que tenia pronto que avanzar con mi plan.
Mi madre no era una mujer muy afectuosa así que no era fácil acercarme a ella. Además siempre estaba ocupada en la cocina. En ocasiones pensaba que ella podría dormir allí entre las cazuelas y los utensilios mucho más cómoda que en su propia cama.
Recuerdo que muchas veces las conversaciones que llegamos a tener eran entre los aromas de comino y de pimienta, de aromas de chiles y de guisos que destilaban de ese cuarto que era sagrado para ella.
Era una excelente cocinera aunque con los años ha perdido algo del sentido de sabor en su paladar. Yo estaba convencida de que sería la ganadora de cualquier concurso de cocina si ella se lo proponía. Nunca vi un recetario en la cocina porque todas las recetas las tenía memorizadas en su mente. Esa mente que ahora es lucida por causa de su enfermedad.
Su rostro brillaba cuando estaba en la cocina y su expresión de satisfacción era notoria al ver que su familia comía sus elaborados platillos. Esas horas de arduo trabajo serian recompensadas así como son recompensados los artistas cuando de sus dedos y manos destilan tales obras de arte en forma de pintura o escultura o cualquier otro medio.
En una cierta tarde mire la oportunidad perfecta para conseguir lo que con tanto esfuerzo no había podido lograr. Esta tarde mi madre no estaba en la cocina como era de costumbre.
Recuerdo que entré rápidamente a mi modesta habitación, tomé mi peine y me acerqué a donde estaba ella. Esta vez mis manos temblaban y empezaban a sudar.
Y un temor inundó mi mente, ¿que si mi plan no funcionara o que la encontrara en esos momentos donde no quería que nadie la molestara? En esos momentos donde ella se perdía en un mundo diferente a su alrededor. Un mundo que nunca supe entender porque nunca tuve el valor de preguntarle. Nunca pude saber ni acompañarla a ese lugar donde se encontraban sus pensamientos y muchas veces me pregunté ¿donde seria ese lugar a donde ella se escapaba?
Estaba sentada al borde de su cama mirando hacia afuera de la ventana hacia el patio de la casa. Con una voz tímida y casi de ruego de suplica le hablé ¿mama?
Me sentía culpable al haber penetrado esa concentración en la que ella se encontraba. Con ojos perplejos volteó a verme. De mi boca salieron las palabra que había ya pronunciado “mama” esta vez, sin vacilar y decidía a todo le hice mi petición.
Me preguntó “¿que pasa?” Cansada y con algo de pena le dije “No mama no pasa nada solo quería saber si me puede hacer una trenza”. Una pequeña sonrisa broto de sus labios, creo que era una sonrisa y de ese momento en adelante mi mente se volvió en blanco. Solo recuerdo que me señaló a que me acercara. Me indicó que me sentara en frente de ella dándole la espalda. Me incliné como una oveja se inclina sumisa.
No necesitaba que me peinara y mucho menos que me hiciera una trenza pero era el mínimo sacrificio que podría hacer para extraer mi información a la que ya no podría esperar.
El peine se detenía entre los nudos de mi pelo y me jalaba pero yo no protestaba.
Poco a poco conforme me peinaba mi pelo, tomó una forma de colcha negra que cubría mi espalda. Dividió el pelo en tres partes. No había palabras ni conversación entre nosotras, solo el ruido que producía su enfocada tarea. No me acuerdo cuanto tiempo duro ese momento pero al fin terminó la trenza.
Ella sabía que el peinarme me producía un gran sueño. No se porque pasaba eso pero desde mi niñez me sucedía. Y en ocasiones me permitía que descansara después de que me peinara en una de sus rodillas. Cuando lo hacia ponía una de sus manos en su rodilla y yo suavemente depositaba mi mejilla entre sus dedos. Es ahí donde yo me daría cuanta del olor de su perfume y me tomaría la confianza para preguntarle.
¿Que perfume usas?
De seguro uno de los mas caros, de los mas exóticos. Ese seria mi trofeo que con tanto orgullo exhibiría entre mis compañeras. Quería saborear ese momento, no me quería equivocar.
En ese momento algo extraño sucedió, algo que en mi inocencia no esperaba. Al llenar mi nariz con el escape de olor de sus manos no olía nada. Volví a tomar otro olorcito a ver si por mis nervios se me había escapado el olor tan esperado. Y para mi sorpresa mi nariz a través de esos hoyos en mi cara recibió un olor. Un olor de especies pero no lo que yo me deseaba ni lo que quería oler.
Sentí en ese momento deslizar mis sueños de orgullo.
Mi trofeo se desvaneció entre el mar de mi desilusión. Pero, ¿para que angustiarme? Le preguntaría el nombre del perfume. ¡Claro! Será que no es algo que use todos los días. Además no hemos platicado entre nosotras que nuestras madres solo usan esos perfumes en días especiales. Me imagino que ella no lo querría gastar en un día ordinario como este.
Con cuidado tenia que plantar mi pregunta, no deseaba molestarla y ver mis esfuerzos escaparse si no tenia cuidado. Le dije en una voz lenta y algo curiosa. “Mama…” Me detuve por unos momentos. Algo así para causar una inquietud en su mente, quería causar suspenso en el momento.
Y por fin solté de mi pecho lo que me atormentaba ¿que perfume usa? Y lo que sucedió en esos momentos no produjo ninguna tranquilidad a mi nerviosismo. Soltó una risa que causó un gran pánico en mis oídos. Creo que nunca la había oído reírse de esa manera. Me dijo “ay que preguntas haces”.
Con el tono de mi voz, una vez mas le rogué, casi me puse a su misericordia. Y le dije “mama dime por favor….”
Ella me puso de pie y tomo mis manos entre las suyas, las acerco a mi nariz una vez mas y me dijo: “Dime a que huele” Yo recuerdo que cerré mis ojos, quería imaginarme un jardín de aromas que me hiciera sentirme orgullosa de mi mamá. Pero lo único que sobresalía era el olor del ajo y de la cebolla. Pero no podía ser... ¿Como que el perfume de mi madre consistía de ajo y cebolla? ¿Que les diría a mis compañeras? Las volví a oler, la segunda vez esta vez más despacio y mas lento por si me había equivocado la primera vez pero todo era en vano, no existía ningún otro olor.
Tratando de no sonar muy decepcionada le dije: “Solo huelo a ajo y cebolla” Y me dijo: “Así es” Después se puso de pie y desapareció entre su jardín y su refugio donde ella se sentía cómoda. Entre los aromas de especies de la cocina. La seguí y la observé a lo lejos y comprendí que ella era feliz. Era el único cuarto de la casa donde mi madre era verdaderamente feliz y se miraba hermosa. Mucho mas hermosa que cualquier estrella de cine o reina del mundo. Su elegancia sobrepasaba mucho más que todo eso. Y en ese momento entendí que la verdadera belleza no consiste de un olor fabricado ni adornado.
Sino en ese olor que nuestra propia vida verdaderamente destila cuando somos felices.