, en 1931, coincidió con la edad de oro del surrealismo, el último y
más longevo de los movimientos de las llamadas vanguardias históricas del siglo XX.
Victoria Ocampo pasó largas temporadas en París entre 1928 y1930, durante las cuales
pudo conocer a algunos de los miembros más importantes del grupo y presenciar el
estupor, el deslumbramiento y el rechazo que sus obras provocaban en los círculos
intelectuales y artísticos de la época. Sin embargo, el surrealismo no provocó ninguna de
estas reacciones en la directora de
. Dueña de un gusto certero, forjado en la
frecuentación de los clásicos franceses, ingleses e italianos, a los que leía con una
sensibilidad irrevocablemente moderna, no era una lectora o espectadora dócil a los
prestigios de la osadía o de la novedad. Se complacía en distinguir lo necesario de lo
superfluo, lo fugaz de lo permanente, el acto genuino de la impostura dictada por la
vanidad o el oportunismo. Por más que el movimiento surrealista no haya suscitado en
ella ninguno de los estados que tan afanosamente buscaba provocar, la directora de
supo valorar algunas de sus manifestaciones más trascendentes y contribuyó a
difundirlas en la Argentina. A ella se debe la temprana exhibición en Buenos Aires de
los primeros films vanguardistas de Man Ray, René Clair y Luis Buñuel traídos y
presentados en 1929 por Benjamin Fondane, un poeta rumano al que había conocido en
París el año anterior. (Las copias de esos films quedaron en el país y fueron el primer
contacto con el cine de vanguardia para varias generaciones de cinéfilos argentinos.)
Durante la década de 1930
presentará a los lectores de habla hispana trabajos de
Antonin Artaud, de Paul Éluard, de Michel Leiris, de André Breton, algunos de los
cuales habían sido escritos especialmente para la revista. En las décadas siguientes,
publicará a otros escritores signados por las experiencias surrealistas, como Octavio Paz,
Alejandra Pizarnik o André Pieyre de Mandiargues.
El reducido pero valioso conjunto de publicaciones conservado en Villa Ocampo revela
que la elección de esos textos provenía de un conocimiento nada casual de las literaturas
de vanguardia. Hay un raro manifiesto futurista de Filippo Marinetti dirigido a los
escritores brasileños en 1926, y primeras ediciones (una de ellas dedicada) del dadaísta
Tristan Tzara y de algunos disidentes del surrealismo, como Salvador Dalí, Georges
Bataille o Michel Leiris. En cuanto al surrealismo ortodoxo, el material hallado permite
trazar un arco cronológico cuyo inicio es la obra de Guillaume Apollinaire, que acuñó el
término “surréaliste” en 1917 para definir el ballet
Parade creado por Satie, Picasso y
Cocteau, y su punto de llegada las novelas y relatos de André Pieyre de Mandiargues y
Julien Gracq, últimos portadores del estandarte surrealista hasta bien entrados los años
cincuenta. Entre esos dos puntos se despliega una historia que puede reconstruirse
sintéticamente con algunas de sus obras más significativas: desde el fundacional
Manifieste surréaliste. Poisson soluble
(1924) redactado por Breton, pasando por
colaboraciones ya legendarias entre poetas y artistas, como
Trois nouvelles exemplaires,
de Hans Arp y el chileno Vicente Huidobro (1936), o
Les Mains libres de Man Ray y
Eluard (1934). También hay ediciones originales de varios de los libros sagrados del
surrealismo, como
L’Ombilic des limbes (1925) de Artaud o L’Amour fou (1937) de
Breton, éste último con dedicatoria autógrafa a la fundadora de
Sur; y primeras
ediciones (algunas numeradas y dedicadas por sus autores) de Benjamin Péret, Robert
Desnos, Louis Aragon, Alberto Savinio, Giorgio De Chirico, René Daumal, René Crevel,
y Blaise Cendrars, entre otros. La serie se completa con una selección de revistas
esenciales para comprender la dimensión y la energía del movimiento en sus diferentes
mutaciones y disidencias, desde la épica
Le surréalisme au service de la révolution,
pasando por la suntuosa
Minotaure o los clandestinos Cahiers du Collège de
Pataphysique,
hasta culminar en las publicaciones que hospedaron a la diáspora
surrealista en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial
, como View o VVV.
De La Red