(1869), de Rómulo Avendaño, y la genelogía de las familias Aguirre y Sáenz
Valiente (1931), de Ricardo Lafuente Machain.
PRESENCIA DE FRANCIA
A lo largo del siglo XIX, el patriciado liberal rioplatense encontró en Francia a sus
clásicos, a su magisterio de ideas y de gusto literario. En consecuencia, la literatura
francesa ejerce una holgada preeminencia en la biblioteca de Villa Ocampo. Es la
literatura que cuenta con mayor cantidad de volúmenes. Están presentes los clásicos de
cuatro siglos –desde Montaigne hasta Baudelaire; desde Racine hasta Verlaine, desde
Rabelais hasta Flaubert–; las lecturas de infancia –Perrault, la condesa de Ségur,
Alexandre Dumas– y las de la adolescencia –Anatole France, Maurice Barrés, la condesa
de Noailles, Léon Bloy, Remy de Gourmont–.
En cuanto a la literatura del siglo XX, es indudablemente la mejor representada.
Dominan este panorama tres escritores que encarnan tres temperamentos diferentes,
conciliados por esa voluptuosidad en los contrastes que fue uno de los rasgos distintivos
de Victoria Ocampo: el clásico y protestante André Gide; el experimental y judío Marcel
Proust; y el barroco y católico Paul Claudel. Con ellos conviven autores de sagas
familiares, novelas-río o de copiosas biografías noveladas (Jules Romains, Romain
Rolland, André Maurois) destinadas al gran público, que documentan una fase en los
hábitos literarios de la primera mitad del siglo.
Los más importantes ensayistas, novelistas y poetas, y no sólo los difundidos por
Sur,
colman los anaqueles con primeras ediciones de sus obras más relevantes, algunas con
dedicatorias autógrafas: Valery Larbaud, Jean Cocteau, Paul Morand, Henri Michaux,
Saint-Exupèry, Etiemble, Jean Paulhan, François Mauriac, Henry de Montherlant,
Francis Ponge, Denis de Rougemont, Julien Green, Marcel Jouhandeau, Simone de
Beauvoir, Marguerite Yourcenar.
El
Nouveau Roman, último de los grandes movimientos literarios franceses del siglo XX,
que conoció su apogeo en la década de 1960, cierra cronológicamente y estilísticamente
el conjunto, con obras de Maurice Blanchot, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, y
Nathalie Sarraute, varias de ellas dedicadas de puño y letra por sus autores.
PRESENCIA DE INGLATERRA
Al igual que la francesa, la literatura inglesa formó parte de la cultura letrada que
Victoria Ocampo recibió en su infancia. Si hasta mediados del siglo XIX el inglés era
considerado en América Latina como el idioma utilitario por excelencia –patrimonio del
comercio y de la ciencia—, a finales del siglo XIX, en el apogeo de la
pax britannica, fue
incorporado por el patriciado argentino como lengua culta, con sus autores eminentes –
ya no leídos en traducciones francesas— y su pedagogia de estoicismo, elegancia moral y
rigor intelectual, cualidades que Victoria Ocampo encontró reunidas, en su pureza
máxima, en T. E. Lawrence.
En la biblioteca de Villa Ocampo puede constatarse el imperio de un clásico excluyente
–Shakespeare—, reconstruirse las lecturas iniciáticas de su infancia –Walter Scott,
Conan Doyle, Rider Haggard—, y de su adolescencia —Shelley, Keats, Wordsworth,
Carlyle, Ruskin, Dickens, Wilde—. El interés por Oscar Wilde, “autor prohibido” de los
años juveniles, no menguó con el paso del tiempo, como lo demuestra la cantidad de
biografías y estudios críticos adquiridos posteriormente.
La editorial Sur publicó a lo largo de la década de 1930 algunas de las obras capitales de
los “maestros modernos” de la literatura inglesa en traducciones que muy pronto
alcanzaron el estatuto de clásicas:
Canguro, de D.H. Lawrence, y Contrapunto, de
Aldous Huxley (ambas traducidas por el narrador cubano Lino Novás Calvo);
Un cuarto
propio
y Orlando, de Virgina Woolf (traducidas por Borges). Este espontáneo programa
de difusión provenía del indeclinable entusiasmo de su directora por una lengua y su
cultura, que alcanzó su máxima expresión en el número triple (153-156) que
Sur
consagró a las letras inglesas en 1947 y que no ha agotado aún sus magias parciales.
Muchos de los poetas, novelistas y ensayistas británicos “redescubiertos” en los últimos
años en el ámbito hispanoamericano --Christopher Isherwood, Cyril Connolly, George
Orwell, Evelyn Waugh, W.H. Auden, los hermanos Sitwell-- fueron traducidos al
español, en algunos casos por primera vez, en aquel voluminoso número de la revista
cuyas tapas ostentaban la
Union Jack, símbolo de un triunfo que, en esa inmediata
posguerra, el gobierno argentino no había creído necesario celebrar.
Desde Milton hasta Dante Gabriel Rossetti; desde James Joyce (de quien se conserva la
primera edición de su
Finnegans Wake) hasta Kingsley Amis; desde George Eliot hasta
Iris Murdoch; desde E. M. Forster hasta Harold Pinter, la biblioteca de Villa Ocampo es
un homenaje a la vitalidad y a la riqueza de las letras inglesas de los últimos cinco siglos.
De La Red