Son latidos, lo que se escuchan dentro de mi habitación, desde aquella noche en que la soledad y las manecillas del reloj, acariciaban mis ilusiones esperando ansioso tu llegada. Llegaste. Allí estabas. Con suave ansiedad e infinita dulzura, buscaste sosiego entre mis extendidos brazos. Tu carnosa y apetecible boca convidó al beso, y de tus labios temblorosos me deleité un gran sabor a miel.
Del cielo caían estrellas entrando por la ventana, esparciendo su brillo sobre el cielo de tu cuerpo de piel canela, ya tendido sobre mi cama, vibrando en su lujuria original. Mis temblorosas manos coqueteaban con tu cabello, bajando, se demoraron en tus endurecidos y sedosos senos. Luego, tus acariciantes y cálidas piernas, muslos como tenazas de espasmo con olor a selva repentina.
Nos gozamos al ritmo de los jadeantes latidos del corazón, sintiéndonos dueños del mundo y de la pasión. Gimiendo, retorciendo palabras prohibidas. Te sentía tan mía, tan pura, tan sincera, tan cierto como el carbón ardiente, energía entre las piedras del horno, vulnerando capullo en flor. Un río de promesas, caricias, cálidos besos, duros suspiros rotos, quimeras calcinadas. Brutal consumación.
Casi dormido te vi exhalando un hondo suspiro, como si despertara de un maravilloso sueño. Sigilosamente te soltaste de mis brazos, con una sonrisa casi tímida e inocente, con sublime gesto de una Diosa. Te levantaste delicadamente dócil, y caminaste cimbreante, recogiendo tus pertenencias por la habitación.
Al detenerme a ver tu cuerpo tan hermoso, que por aquel placentero momento vibró junto al mío, note el brillo de tu perspicaz mirada, perdida en un mar de placenteras ilusiones. Si, y una lágrima recorriendo pausadamente tu sonrojada mejilla ¡Un espíritu celeste!... No, no se en quien estarías pensando.
Ahora, te pregunto, ¿Qué piensas de mí? Tal pregunta, azotó mis sentidos, durante el impaciente tiempo que pase sin verte. Dime que dijiste al conocerme, que conociste al sentirme y que sentiste al marcharte. Es hora de la conciencia, y te digo, que me siento feliz de haberte conocido y de los dulces momentos que pase contigo. Si piensas que no lo se, te equivocas
Dime, dime que fue nuestra pasión; el enigma misterioso que te hizo regresar, la activa esperanza inagotable de comprensión. Ya no veré la paz ni gozare del sueño, hasta ver tu felicidad entre los brazos de quien, amándolo, te hizo traición. ¿Viste?, estás llorando. Deja en mi boca el sabor de esas lágrimas, son latidos que seguiré escuchando en mi solitaria habitación. Ven a mis brazos cariño mío, regálame una sonrisa y vete.
Yo… simplemente te Amo
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