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De: LETICIA (Mensaje original) |
Enviado: 08/11/2009 18:03 |
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Enviado: 06/11/2009 20:59 |
RECUERDOS DE UNA MAÑANA DE NAVIDAD
No lo creí. Los ángeles tenían cosas más importantes que hacer con su tiempo que observar si yo era un niño bueno o malo. Aun con mi limitada sabiduría de un niño de siete años, había decidido que, en el mejor de los casos, el Ángel sólo podía vigilar a dos o tres muchachos a la vez... y ¿por qué habría de ser yo uno de éstos? Las ventajas, ciertamente, estaban a mi favor. Y, sin embargo, mamá, que sabía todo, me había repetido una y otra vez que el Ángel de la Navidad sabía, veía y evaluaba todas nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier cosa que pudiéramos entender nosotros, los ignorantes seres humanos. De todos modos, no estaba muy seguro de creer en el Ángel de la Navidad.
Todos mis amigos del barrio me dijeron que Santa Claus era el que llegaba la víspera de la Navidad y que nunca supieron de un ángel que llevara regalos. Mamá vivió en América durante muchos años y bendecía a su nueva tierra como su hogar permanente, pero siempre fue tan italiana como la polenta y, para ella, siempre sería un ángel. "Quién es este Santa Claus?", solía decir. "Y, ¿qué tiene que ver con la Navidad?".
Además, debo reconocer que nuestro ángel italiano me impresionaba mucho. Santa Claus siempre era más generoso e imaginativo. Les llevaba a mis amigos bicicletas, rompecabezas, bastones de caramelo y guantes de béisbol. Los ángeles italianos siempre llevaban manzanas, naranjas, nueces surtidas, pasas un pequeño pastel y unos pequeños dulces redondos de ‘orosuz’ que llamábamos bottone di prete (botones de sacerdote) porque se parecían a los botones que veíamos en la sotana del padrecito. Además, el Ángel siempre ponía en nuestras medias algunas castañas importadas, tan duras como las piedras. Debo admitir que nunca supe qué hacer con las castañas.
Finalmente se las dábamos a mamá para que las hirviera hasta que se sometieran y luego las pelábamos y las comíamos de postre después de la cena de Navidad. Parecía un regalo poco apropiado para un niño de seis o siete años. A menudo pensé que el Ángel de la Navidad no era muy inteligente.
Cuando cuestioné a mamá acerca de esto, ella solía contestar que no me correspondía a mí, "que todavía era un muchachito imberbe", poner en tela de juicio a un ángel, especialmente al Ángel de la Navidad.
En esta época navideña en particular, mi comportamiento de un siete años era todo menos ejemplar. Mis hermanos y hermanas, todos mayores que yo, por lo visto nunca causaban problemas. En cambio yo siempre estaba en medio de todos los problemas. A la hora de la comida aborrecía todo. Me obligaban a probar un poco di tutto (de todo) y cada comida se convertía en un reto... Felice, como me llamaba la familia, contra el mundo de los adultos. Yo era el que nunca me acordaba de cerrar la puerta del gallinero, el que prefería leer a sacar la basura y el que, sobre todo, reclamaba todo lo que mamá y papá hacían, sentían u ordenaban. En pocas palabras, era un niño malcriado.
Cuando menos un mes antes de la Navidad, mamá me advertía: "Te estás portando muy mal, Felice. Los ángeles de la Navidad no llevan regalo a los niños malcriados. Les llevan un palo de durazno para pegarte en las piernas. De modo que – me amenazaba – más vale que cambies tu comportamiento. Yo no puedo portarme bien por ti. Sólo tu puedes optar por ser un buen niño".
"¿Qué me importa? – contestaba yo - . De todos modos el ángel nunca me trae lo que quiero. "Y durante las siguientes semanas hacía muy poco para ‘mejorar mi comportamiento’.
Como sucede en la mayoría de los hogares, la Nochebuena era mágica. A pesar de que éramos muy pobres, siempre teníamos comida especial para la cena. Después de cenar nos sentábamos alrededor de la vieja estufa de leña que era el centro de nuestras vidas durante los largos meses de invierno y platicábamos y reíamos y escuchábamos cuentos. Pasábamos mucho tiempo planeando la fiesta del día siguiente, para la cual nos habíamos estado preparando toda la semana. Como éramos una familia católica, todos íbamos a confesarnos y después nos dedicábamos a decorar el árbol. La noche terminaba con una pequeña copa del maravilloso zabaglione de mamá. ¡No importaba que tuviera un poco de vino; la Navidad sólo llegaba una vez al año!.
Estoy seguro de que sucede con todos los niños, pero no era casi imposible dormir en la Nochebuena. Mi mente divagaba. No pensaba en las golosinas, sino que me preocupaba seriamente la posibilidad de que el ángel de la Navidad no llegara a mi casa o que se le acabaran los regalos. Me emocionaba mucho la posibilidad de que Santa Claus olvidara que éramos italianos y de cualquier modo nos visitara sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así recibiría el doble de todo!
¿Por qué sucede que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la noche anterior, nunca resulta difícil despertar y levantarnos? Así ocurrió esa mañana en particular. Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros movimientos, para que todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la cocina y el tendedero donde estaban colgadas nuestras medias y debajo de éstas se encontraban nuestros brillantes zapatos recién lustrados.
Todo estaba tal como lo habíamos dejado la noche anterior. Excepto que las medias y los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos regales del Ángel de la Navidad... es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes, estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también estaban vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de durazno.
Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros de mi hermano y mis hermanas. Todos nos detuvimos paralizados. Todos los ojos se dirigieron hacia mamá y papá y luego regresaron a mí.
- Ah, lo sabía – dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le va nada. El Ángel sólo nos deja lo que merecemos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para consolarme, pero las rechacé con furia.
- Ni quería esos regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido Ángel. Ya no hay ningún Ángel de la Navidad.
Me dejé caer en los brazos de mamá. Ella era una mujer voluminosa y su regazo me había salvado de la desesperación y de la soledad en muchas ocasiones. Noté que ella también lloraba mientras me consolaba. También papá. Los sollozos de mis hermanas y los lloriqueos de mi hermano llenaron el silencio de la mañana.
Después de un rato, mi madre dijo, como si estuviera hablando con ella misma:
- Felice no es malo. Sólo se porta mal de vez en cuando. El Ángel de la Navidad lo sabe. Felice sería un niño bueno si hubiera querido, pero este año prefirió ser malo. No le quedó alternativa al Ángel. Tal vez el próximo año decida portarse mejor. Pero, por el momento, todos debemos ser felices de nuevo.
De inmediato todos vaciaron el contenido de sus zapatos y medias en mi regazo.
- Ten – me dijeron -, toma esto.
En poco tiempo otra vez la casa estaba llena de alegría, sonrisas y conversación. Recibí más de lo que cabía en mis zapatos y medias.
Mamá y papá habían ido a misa temprano, como de costumbre. Juntaron las castañas y empezaron a hervirlas durante muchas horas en una maravillosa agua llena de especias y había otra olla hirviendo entre las salsa. Los más delicados olores surgieron del horno como mágicas pociones. Todo estaba preparado para nuestra milagrosa cena de Navidad.
Nos alistamos para ir a la iglesia. Como era su costumbre, mamá nos revisó, uno por uno; ajustaba un cuello aquí, jalaba el cabello por allá, una caricia suave para cada uno... Yo fui el último. Mamá fijó sus enormes ojos castaños en los míos.
- Felice – me dijo -, ¿entiendes por qué el Ángel de la Navidad no pudo dejarte regalos? - Sí – respondí. - El Ángel nos recuerda que siempre tendremos lo que merecemos. No podemos evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y nos duele y lloramos. Pero nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal y, así, cada año seremos mejores.
No estoy muy seguro de haber entendido en aquellos momentos lo que mamá quiso decirme. Sólo estaba seguro de que yo era amado; que me habían perdonado por cualquier cosa que hubiese hecho y que siempre me darían otra oportunidad.
Jamás he olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde entonces, la vida no siempre ha sido justa ni tampoco me ha ofrecido lo que creí merecer, ni se me ha recompensado por portarme bien. A lo largo de los años he llegado a comprender que he sido egoísta, malcriado, imprudente y quizá, en ocasiones, hasta cruel... pero nunca olvidé que cuando hay perdón, cuando las cosas se comparten, cuando se da otra oportunidad y amor sin límite, el Ángel de la Navidad siempre está presente y siempre es Navidad.
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De: LETICIA |
Enviado: 08/11/2009 18:03 |
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Enviado: 06/11/2009 20:28 |
REFLEXION SOBRE NAVIDAD
Navidad, celebración en la cual la mayoría de las personas se dan permiso de ser felices, la Navidad hace de diciembre un mes especial, la Navidad hace de diciembre un mes en la cual las personas se animan a soñar, se animan a reír; otros se dan permiso de olvidar por un instante los problemas, es también una oportunidad para reflexionar.
Navidad, hace de diciembre el mes de las reconciliaciones, de la unión, de la solidaridad, sin lugar a dudas la Navidad hace de Diciembre un mes especial, y es que en medio de un mundo convulsionado, Diciembre brinda la oportunidad perfecta para escapar por un instante de la tensión, oportunidad perfecta para experimentar un poco de paz.
Tristemente la Navidad, se ha convertido en una celebración donde Jesús quien es el protagonista no ha sido invitado, se tienen las fiestas, se tiene la novena, se tienen los regalos, pero lo que cada vez menos se tiene es al Señor de la Navidad. Las calles se llenan de luces, sin embargo aquel que dijo “yo soy la luz del mundo” esta ausente.
Hoy en el mundo se ignora que sin Jesús en el corazón, la navidad no dejara de ser la celebración que escasamente dura un mes y luego, de nuevo la tristeza, la ansiedad, la preocupación por el futuro, regresa también la desesperanza.
Que distinta una Navidad teniendo en nuestras vidas a Jesús, el Señor de la Navidad, entonces la celebración se convierte en una celebración no solamente de un mes, se convierte en una celebración que dura toda la vida.
Dios en este diciembre quiere hacer de tu vida una constante Navidad, donde la paz, la esperanza, el amor y la convicción de un futuro seguro llenen tu mente y corazón para siempre. Solamente, tienes que invitar a Jesús para que sea el Señor y salvador de tu vida, alegrándote así no solo por un mes, sino por el resto de tus días.
Amigos que Jesús en el corazón nos de una Navidad diferente, Navidad no solo son regalos, tampoco es fiesta, Navidad es reflexión, Navidad es acordarnos del que está solo, Navidad es dar antes que recibir.
Que en esta Navidad tengamos presente a aquel que todo lo dio por amor a nosotros.
Que con abundancia y escasez, con salud o sin esta, tengamos una feliz Navidad, confiando en aquel que todo lo llena y en todos.
D/A
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De: LETICIA |
Enviado: 08/11/2009 18:06 |
La niña de los fósforos Por Hans Christian Andersen
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
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De: LETICIA |
Enviado: 08/11/2009 18:07 |
Navidad en los Andes
Ciro Alegría (1909 - 1967)
Marcabal Grande, hacienda de mi familia, queda en una de las postreras estribaciones de los Andes, lindando con el río Marañon. Compónenla cerros enhiestos y valles profundos. Las frías alturas azulean de rocas desnudas. Las faldas y llanadas propicias verdean de sembríos, donde hay gente que labre, pues lo demás es soledad de naturaleza silvestre. En los valles aroman el café, el cacao y otros cultivos tropicales, a retazos, porque luego triunfa el bosque salvaje. La casa hacienda, antañona construcción de paredes calizas y tejas rojas, álzase en una falda, entre eucaliptos y muros de piedra, acequias espejeantes y un huerto y un jardín y sembrados y pastizales. A unas cuadras de la casa, canta su júbilo de aguas claras una quebrada y a otras tantas, diseña su melancolía de tumbas un panteón. Moteando la amplitud de la tierra, cerca, lejos, humean los bohíos de los peones. El viento, incansable transeúnte andino, es como un mensaje de la inmensidad formada por un tumulto de cerros que hieren el cielo nítido a golpe de roquedales.
Cuando era niño, llegaba yo a esa casa cada diciembre durante mis vacaciones. Desmontaba con las espuelas enrojecidas de acicatear al caballo y la cara desollada por la fusta del viento jalquino. Mi madre no acababa de abrazarme. Luego me masajeaba las mejillas y los labios agrietados con manteca de cacao. Mis hermanos y primos miraban las alforjas indagando por juguetes y caramelos. Mis parientes forzudos me levantaban en vilo a guisa de saludo. Mi ama india dejaba resbalar un lagrimón. Mi padre preguntaba invariablemente al guía indio que me acompañó si nos había ido bien en el camino y el indio respondía invariablemente que bien. Indio es un decir, que algunos eran cholos. Recuerdo todavía sus nombres camperos: Juan Bringas, Gaspar Chiguala, Zenón Pincel. Solían añadir, de modo remolón, si sufrimos lluvia, granizada, cansancio de caballos o cualquier accidente. Una vez, la primera respuesta de Gaspar se hizo más notable porque una súbita crecida llevóse un puente y por poco nos arrastra el río al vadearlo. Mi padre regañó entonces a Gaspar:
- ¿Cómo dices que bien?
- Si hemos llegao bien, todo ha estao bien-, fue su apreciación.
El hecho era que el hogar andino me recibía con el natural afecto y un conjunto de características a las que podría llamar centenarias y, en algunos casos, milenarias.
Mi padre comenzaba pronto a preparar el Nacimiento. En la habitación más espaciosa de la casona, levantaba un armazón de cajones y tablas, ayudado por un carpintero al que decían Gamboyao y nosotros los chicuelos, a quienes la oportunidad de clavar o serruchar nos parecía un privilegio. De hecho lo era, porque ni papá ni Gamboyao tenían mucha confianza en nuestra destreza.
Después, mi padre encaminábase hacia alguna zona boscosa, siempre seguido de nosotros los pequeños, que hechos una vocinglera turba, poníamos en fuga a perdices, torcaces, conejos silvestres y otros espantadizos animales del campo. Del monte traíamos musgo, manojos de unas plantas parásitas que crecían como barbas en los troncos, unas pencas llamadas achupallas, ciertas carnosas siemprevivas de la región, ramas de hojas olorosas y extrañas flores granates y anaranjadas. Todo ese mundillo vegetal capturado, tenía la característica de no marchitarse pronto y debía cubrir la armazón de madera. Cumplido el propósito, la amplia habitación olía a bosque recién cortado.
Las figuras del Nacimiento eran sacadas entonces de un armario y colocadas en el centro de la armazón cubierta de ramas, plantas y flores. San José, la Virgen y el Niño, con la mula y el buey, no parecían estar en un establo, salvo por el puñado de paja que amarilleaba en el lecho del Niño. Quedaban en medio de una síntesis de selva. Tal se acostumbraba tradicionalmente en Marcabal Grande y toda la región. Ante las imágenes relucía una plataforma de madera desnuda, que oportunamente era cubierta con n mantel bordado, y cuyo objeto ya se verá.
En medio de los preparativos, mamá solía decir a mi padre, sonriendo de modo tierno y jubiloso:
- José, pero si tú eres ateo...
- Déjame, déjame, Herminia, replicaba mi padre con buen humor-, no me recuerdes eso ahora y...a los chicos les gusta la Navidad...
Un ateo no quería herir el alma de los niños. Toda la gente de la región, que hasta ahora lo recuerda, sabía por experiencia que mi padre era un cristiano por las obras y cotidianamente.
Por esos días llegaban los indios y cholos colonos a la casa, llevando obsequios, a nosotros los pequeños, a mis padres, a mi abuela Juana, a mis tíos, a quien quisieran elegir entre los patrones. Más regalos recibía mamá. Obsequiábannos gallinas y pavos, lechones y cabritos, frutas y tejidos y cuantas cosillas consideraban buenas. Retornábaseles la atención con telas, pañuelos, rondines, machetes, cuchillas, sal, azúcar...Cierta vez, un indio regalóme un venado de meses que me tuvo deslumbrado durante todas las vacaciones.
Por esos días también iban ensayando sus cantos y bailes las llamadas "pastoras", banda de danzantes compuesta por todas las muchachas de la casa y dos mocetones cuyo papel diré luego.
El día 24, salido el sol apenas, comenzaba la masacre de animales, hecha por los sirvientes indios. La cocinera Vishe, india también, a la cual nadie le sabía la edad y mandaba en la casa con la autoridad de una antigua institución, pedía refuerzos de asistentes para hacer su oficio. Mi abuela Juana y mamá, con mis tías Carmen y Chana, amasaban buñuelos. Mi padre alineaba las encargadas botellas de pisco y cerveza, y acaso alguna de vino, para quien quisiese. En la despensa hervía roja chicha en cónicas botijas de greda. Del jardín llevábanse rosas y claveles al altar, la sala y todas las habitaciones. Tradicionalmente, en los ramos entremezclábanse los colores rojo y blanco. Todas las gentes y las cosas adquirían un aire de fiesta.
Servíase la cena en un comedor tan grande que hacía eco, sobre una larga mesa iluminada por cuatro lámparas que dejaban pasar una suave luz a través de pantallas de cristal esmerilado. Recuerdo el rostro emocionadamente dulce de mi madre, junto a una apacible lámpara. Había en la cena un alegre recogimiento aumentado por la inmensa noche, de grandes estrellas, que comenzaba junto a nuestras puertas. Como que rezaba el viento. Al suave aroma de las flores que cubrían las mesas, se mezclaba la áspera fragancia de los eucaliptos cercanos.
Después de la cena pasábamos a la habitación del Nacimiento. Las mujeres se arrodillaban frente al altar y rezaban. Los hombres conversaban a media voz, sentados en gruesas sillas adosadas a las paredes. Los niños, según la orden de cada mamá, rezábamos o conversábamos. No era raro que un chicuelo demasiado alborotador, se lo llamara a rezar como castigo. Así iba pasando el tiempo.
De pronto, a lo lejos sonaba un canto que poco a poco avanzaba acercándose. Era un coro de dulces y claras voces. Deteníase junto a la puerta. Las "pastoras" entonaban una salutación, cantada en muchos versos. Recuerdo la suave melodía. Recuerdo algunos versos:
En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna; a Virgen y San José y el niño que esta en la cuna.
Niñito, por qué has nacido en este pobre portal, teniendo palacios ricos donde poderte abrigar...
Súbitamente las "pastoras" irrumpían en la habitación, de dos en dos, cantando y bailando a la vez. La música de los versos había cambiado y estos eran más simples.
Cuantas muchachas quisieron formar la banda, tanto las blancas hijas de los patrones como las sirvientas indias y cholas, estaban allí confundidas. Todas vestían trajes típicos de vivos colores. Algunas ceñíanse una falda de pliegues precolombina, llamada anaco. Todas llevaban los mismos sombreros blancos adornados con cintas y unas menudas hojas redondas de olor intenso. Todas calzaban zapatillas de cordobán. Había personajes cómicos. Eran los "viejos". Los dos mocetones habíanse disfrazado de tales, simulando jorobas con un bulto de ropas y barbazas con una piel de chivo. Empuñaban cayados. Entre canto y canto, los "viejos" lanzaban algún chiste y bailaban dando saltos cómicos. Las muchachas danzaban con blanda cadencia, ya en parejas o en forma de ronda. De cuando en vez, agitaban claras sonajas. Y todo quería ser una imitación de los pastores que llegaron a Belén, así con esos trajes americanos y los sombreros peruanísimos. El cristianismo hondo estaba en una jubilosa aceptación de la igualdad. No había patrona ni sirvientitas y tampoco razas diferenciadoras esa noche.
La banda irrumpía el baile para hacer las ofrendas. Cada "pastora" iba hasta la puerta, donde estaban los cargadores de los regalos y tomaba el que debía entregar. Acercándose al altar, entonaba un canto alusivo a su acción.
- Señora Santa Ana, ¿por qué llora el Niño? -Por una manzana que se le ha perdido.
-No llore por una, yo le daré dos: una para el Niño y otra para vos
La muchacha descubríase entonces, caía de rodillas y ponía efectivamente dos manzanas en la plataforma que ya mencionamos. Si quería dejaba más de las enumeradas en el canto. Nadie iba a protestar. Una tras otra iban todas las "pastoras" cantando y haciendo sus ofrendas. Consistían en juguetes, frutas, dulces, café y chocolate, pequeñas cosas bellas hechas a mano. Una nota puramente emocional era dada por la "pastora" más pequeña de la banda. Cantaba:
A mi niño Manuelito todas le trae un don Yo soy chica y nada tengo, le traigo mi corazón.
La chicuela arrodillábase haciendo con las manos el ademán del caso. Nunca faltaba quien asegurara que la mocita de veras parecía estar arrancándose el corazón para ofrendarlo.
Las "pastoras" íbanse entonando otros cantos, en medio de un bailecito mantenido entre vueltas y venias. A poco entraban de nuevo, con los rebozos y sombreros en las manos, sonrientes las caras, a tomar parte en la reunión general.
Como habían pasado horas desde la cena, tomábase de la plataforma los alimentos y bebidas ofrendados al Niño Jesús. No se iba a molestar el Niño por eso. Era la costumbre. Cada uno servíase lo que deseaba. A los chicos nos daban además los juguetes. Como es de suponer, las "pastoras" también consumían sus ofrendas. Conversábase entre tanto. Frecuentemente, pedíase a las "pastoras" de mejor voz, que cantaran solas. Algunas accedían. Y entonces todo era silencio, para escuchar a una muchacha erguida, de lucidas trenzas, elevando una voz que era a modo de alta y plácida plegaria.
La reunión se disolvía lentamente. Brillaban linternas por los corredores. Me acostaba en mi cama de cedro, pero no dormía. Esperaba ver de nuevo a mamá. Me gustaba ver que mi madre entraba caminando de puntillas y como ya nos habían dado los juguetes, ponía debajo de mi almohada un pañuelo que había bordado con mi nombre. Me conmovía su ternura. Deseaba yo correspondérsela y no le decía que la existencia había empezado a recortarme los sueños. Ella me dejó el pañuelo bordado, tratando de que yo no despertara, durante varios años.
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De: LETICIA |
Enviado: 15/11/2009 03:08 |
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Recuerdo Navidades de mi Infancia
Recuerdo Navidades de mi Infancia
Recuerdo las navidades de mi infancia,
algo lejanas en el tiempo, pero sin duda alguna, nada lejanas para el corazón.
Recuerdo aquellas navidades,
sin arbolito ni nacimiento como aqui se estila, ni pavo a las 12 de la noche...
solo una que otra lucecita encendiéndose y apagándose monótonamente
junto a la ventana de mi habitación.
Mis hermanos y yo, nunca esperabamos regalos ostentosos, solo algún que otro juquetín a pilas o no,
que nos iluminara los ojos, pero sobre todo el alma. Era todo lo que la economía de papá podía comprar.
Más, a cambio de aquellos regalos que hoy asombran la inocencia de los niños de hoy, los niños de ayer,
o por lo menos los niños de aquel ayer,
nos contentábamos realmente con poco. Una bengala encendida antes de las 12, un emocionado: "¡ya nació el niño Dios!", la alegría en los ojos de mamá... ¿Era necesario pedir más? Nosotros los niños,
nunca esperábamos las 12 de la noche despiertos, la tradición de todos en casa era
que nos fuéramos a dormir mucho antes, con la promesa:
"mañana al despertar verán lo que el niño les ha traído". Asi, prestos no ibamos a dormir, pensando en maravillas,
preciosas maravillas de las que solo pueden imaginar
los niños en nochebuena. Al amanecer, ni bien nos revolvíamos en nuestras camas con los primeros albores del nuevo día...oh sorpresa!,
si, era verdad! el niño ha llegado hasta nosotros y nos ha dejado sobre la cama...
y envueltos en papel de regalo! Como no recordar esas emociones,
como olvidar aquel sonido mágico del juguete dentro de aquel papel multicolor.
Recuerdo las navidades de mi infancia,
algo lejanas en el tiempo, pero sin duda alguna, nada lejanas para el corazón. Seguro que tampoco lo son para tu corazón...
D/A
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De: LETICIA |
Enviado: 15/11/2009 03:11 |
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LA NAVIDAD Y EL SOLDADO
Hola Amigos, Les saludo sin tan solo conocerles, pues quiero compartir con ustedes mi soledad y de como me siento en estos días de celebración que junto a sus seres más queridos la pasan muy bien en un encuentro muy emotivo como son las fiestas navideñas.
Claro que se preguntaran ¿quien es?, pues les digo que hace mucho tiempo que me separe de mi familia y desde entonces me dedico a cuidarles y velar por Uds. tanto de día como también de noche, se diría que soy como su ángel guardián o algo por el estilo.
Donde Uds. vallan yo estaré allí cuando me necesiten, como rayo correré si alguien les quiere hacer daño yo luchare. Fue por eso que a mi familia dejé, y aunque no me lo agradezcan, gratificado yo estaré con tan solo verte caminar y reír por que Uds. ahora son mi única familia aunque sea a la distancia los protegeré.
Amigo, tú que en estos momentos ya hiciste los preparativos para estas fiestas de navidad y año nuevo y adornaste tu hogar de colores, ten en cuenta que nada temerás porque también hice mis preparativos, por eso donde tu celebres, yo desde un cerro, torreón, frontera, puesto de guarnición, desde mi base, o en la calle. te cuidare.
Ya sabes quien soy, si, un soldado militar que quiere a su patria, su pueblo, su hogar, un soldado al que tu pasas desapercibido y más aun en esta noche, noche de paz, paz que yo también te brindo en todo lugar ¿sabes? es 24 de diciembre, son las 11:55. Pm y mi puesto de servicio queda en el cerro que esta frente a tu ciudad allí arriba en la oscuridad.
Desde aquí te puedo ver muy feliz llegando a casa y tus hijos corriendo para poder besarte, en ese momento llega tu hermano quien hace mucho no lo veías, llegaron tus padres y un amigo de infancia y tu linda esposa que los invita a pasar... que feliz te debes encontrar.
Más yo solo aquí me encuentro en compañía de los grillos, la luna y unas cuantas estrellitas... siento envidia por ti desde este cerro oscuro y olvidado estoy triste y desconsolado, acompañado tan solo de mi fusil, inseparable amigo, me entristece recordar, verte correr, reír, cantar yo solo puedo esperar, sufrir, y llorar porque mi familia muy lejos de aquí está, seguro celebrando también estarán felices todos, todos menos mi querida Mamá, la ultima vez que la vi fue cuando un beso le di en el momento en que del pueblo me marché triste y llorando, me decía, hijo... una parte de mi corazón contigo se va pues si no vuelves yo no celebrare ni la navidad, que dolor siento saber que ni un amigo de mi se acordó, más es algo que ya me esperada, pues ante los ojos de la gente invisible soy yo.
Más una chispa alumbra mi lar, en tanto frió siento un pequeño calor que tranquilidad siento, yo creo que es el señor que me ha venido ha visitar a mí y a mis compañeros de armas, que tristes también estarán.
Mientras Uds. celebran y festejan felices miren un ratito arriba, levanten sus copas que nosotros los estaremos cuidando y nos sentiremos felices sabiendo que no se olvidaron de nosotros, porque de Uds. nunca nos olvidamos.
A ti amigo que contento estás, yo celebro tu felicidad y te digo.
Que pases una bonita navidad
Un soldado militar
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De: LETICIA |
Enviado: 15/11/2009 03:14 |
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Enviado: 10/11/2009 13:18 |
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EL ARBOL DE NAVIDAD
Cerca del establo donde el Niño Dios descansaba, se dice que habían tres árboles: una palmera, un olivo y un pino.
Al ver a tanta gente que iba y venía con regalos, ellos también sintieron deseos de ofrecer algo al Niño Jesús.
- Yo -dijo la palmera- voy a desgajar una de mis ramas. La voy a colocar cerca de la cuna y cuando el Niño Jesús tenga calor, yo, suavemente, dulcemente, le abanicaré. No puedo hacer otra cosa.
- Pues yo -dijo el olivo- pienso hacer aceite de mis olivas y ofrecérselo a su madre, la Virgen, para que haga comida y pueda ungir los piececitos del Niño.
El pino estaba muy triste. No sabía qué ofrecer.
Además, la palmera y el olivo se burlaban de él y le decían: - No, tú no tienes nada que regalar. Con tus hojas, que parecen agujas, pincharías al Niño. Nadie te quiere ni te querrá. Y el pino tenía mucha pena.
Pero un ángel que contemplaba la escena se compadeció de él y decidió ayudarlo. - No tengas pena -le dijo-. Yo te voy a ayudar. Pediré a las estrellas
que bajen del cielo y se posen en tus ramas y con su luz alumbrarás al Niño y,
además, servirás de guía a todos los caminantes que acudan a la cueva.
Así lo hizo, y al tiempo el pino se vio todo lleno de luces de colores porque muchas estrellas bajaron del cielo y se posaron en sus ramas.
Y hasta el Niño Jesús desde su cunita se fijó en el pino. Sus ojitos brillaron al contemplar luces tan bellas.
Desde entonces, el pino es elemento de adorno en todos los hogares del mundo en la época de Navidad, como recuerdo de aquel pino que un día brilló ante la cuna del Niño Jesús
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