Quiero que sepas una cosa.
Tú sabes cómo es esto: si miro la luna de cristal,
la rama roja del lento otoño en mi ventana,
si toco junto al fuego la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña, todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe, aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien, si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto me olvidas no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco el viento de banderas
que pasa por mi vida y te decides
a dejarme a la orilla del corazón en que tengo raíces,
piensa que en ese día, a esa hora
levantaré los brazos y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero si cada día, cada hora sientes que a mí estás
destinada con dulzura implacable.
Si cada día sube una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía, en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida, mi amor se nutre de tu amor,
amada, y mientras vivas estará en tus brazos sin salir
de los míos.