EL PARAISO
Cierto día que anduve extraviado
tratando de avistar el horizonte,
apiadóse de mí el cielo
y un ángel bajó hasta el camino
para rescatar a este peregrino.
El viento se agitó en mi entorno
y ante mi atónita mirada
descendió desde lo alto una esbelta querubina.
No temas me dijo sonriente
- mientras replegaba sus relucientes alas de sol y de luna -,
he venido hasta aquí para poder guiarte
porque en esta oscuridad
corres peligro de perderte.
Abrumado por tal aparición
cerré los ojos un instante, luego los abrí
y he aquí que tenía frente a mí
a una hermosa doncella.
Su figura era perfecta,
toda vestida de blanco,
su frondosa cabellera marrón
era suave y ondulada
y en conjunto emitía un dorado resplandor;
sus grandes ojos café
reflejaban su gran inteligencia
y también su gran vitalidad;
su sonrisa deliciosa expresaba la paz y el amor
y su rostro terso como de porcelana
lucía lleno de candor.
Entonces pregunté intimidado:
¿Tú eres el ángel?
Yo soy - respondió la doncella -,
¡Soy así en mi esencia!
Lo que viste hace un instante
es tan solo mi apariencia
cuando reflejo la gloria que me concede el cielo
porque cuido de las almas
y por ellas me desvelo.
Contemplando su presencia,
una extraña sensación me invadió la conciencia
y trémulo de emoción le imploré:
¡Llévame contigo!
¡Solo en ti confío!
Entonces la bella doncella
luz de sol y luz de luna,
tiernamente me tomó por una de las manos
y juntos recorrimos
los desiertos y los llanos.
Después vencimos las lomas
y conquistamos montañas;
luego, vadeamos ríos y lagos
y navegamos los mares,
hasta llegar donde nace la aurora boreal,
donde el cielo resplandece
como un techo de cristal.
De pronto dijo la doncella:
ya casi hemos llegado
abre tu mente y tu corazón
porque aquí es la frontera
para entrar al paraíso.
Y ocurrió que al avanzar la tierra se estremeció
y emergió de lo profundo una muralla de fuego,
pero la noble doncella
desplegando sus alas de sol y de luna
se tornó en el ángel
y usando sus manos separó las llamas,
logrando hacer un camino
para que pueda pasar este agobiado peregrino.
Estando en el Paraíso miré en todas direcciones
y ¡oh...!, ¡todo era verdes praderas!
y ¡el cielo era turquesa!
y el aire era perfumado con el aroma de sus flores
que atraía los enjambres
y a extrañas mariposas con alas de mil colores.
Entonces habló la querubina:
“...He cumplido la misión de traerte al Paraíso,
aquí estarás seguro
y aprenderás que el amor es un don del Creador
no el sentimiento pagano que pregona el ser humano...
...También te voy a enseñar
que no temas al dolor
porque te forja el alma cual horno al fino metal;
jamás pierdas la esperanza,
siempre apártate del mal
y pon en Dios tu confianza...
...Cuenta todo lo que tus ojos han visto,
cuenta todo lo que hayas escuchado,
cuenta todo lo que hayas entendido,
pues la Tierra a de ser algún día el Paraíso,
cuando al fin puedan amarse los unos a los otros,
cuando al fin puedan confiar los unos en los otros,
cuando por fin no se teman los unos a los otros...
...Ahora debes volver,
pero antes de retornar aquí te vas a encontrar
con muchos otros querubines,
con todos puedes compartir
pero si me necesitas solo tienes que invocarme,
yo me llamo "Sol de Luna"...”.
Luego replegó sus alas volviendo a ser la doncella,
¡yo quedé anonadado...!
porque se tornó más bella
y mirándome a los ojos
se despidió con un beso tan dulce como la miel
que me hizo despertar,
¡todo fue un sueño hermoso!
que siempre quiero soñar.
JUAN EDUARDO