Qué suerte ser mirada en tu espejo, fotónico a tu imagen… Qué suerte ser prisionero en su fondo sin guijarros como un ángel de amor ahogado en tu mercurio, dejando fuera del marco las rocas de tristeza.
Observarte, observarte mientras tus ojos revolotean mi pecho, sentir tus ojos escribiendo poesía en mí, junto a esta inherencia que vive de tu imagen reflejada. Y tú, desnuda como una azucena de alabastro mi niña amanecida que me mira de frente.
Mirar sin mirarte, y aun no tacándote ser como una traición avarienta en el espejo,. una llamita de deseo sepultada en agua fría.
Tu imagen no es otra cosa que la sed de mis ojos, tu milagro recompuesto en mis recuerdos, un viento encerrado conmigo en tu espejo, sombra en tu sombra que acorrala tu cuerpo presentido como alguien desesperado que se ahoga de amor en el mercurio.
Mis ojos te roban con lujuria inalcanzable. Aquí, aquí se alumbra tu fuerza salvaje y femenina, y entonces te conozco como tu imagen reflejada te conoce.
Y cuando el vaho nos empaña, siento cataratas que me traen al mundo lejos de tus ojos, ese cielo fácil vacío de nubes. Qué malo es ese hielo que las miradas rompe de tus ojos alados, de tus pájaros narcisos, espuma de luna y sol que aprendieron a bañarse.
Tú, óleo vivo, tú, ardiente horizonte, tú, estatua rosada diosa del reflejo.
En ese espejo mío y tuyo que no deja besarte si no en sueños, a pesar del tiempo giratorio en su molienda, he aprendido a ostentarte en mi cerebro como al tatuaje predilecto de mi alma.
Pepe Martín
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