Hace algún tiempo, en una comida en casa de mis padres,
coincidí con Miguel, un pescador de profesión que
durante largos años se dedicó a navegar por los distintos mares.
Durante la comida surgió una larga
y profunda conversación que, sin lugar a dudas,
fue referente a la mar y al misterioso
mundo que se esconde en el fondo de las aguas.
Según Miguel, lo más impresionante de sus experiencias
fueron los delfines. Esos seres mágicos por excelencia,
siempre le acompañaron durante las eternas
horas de pesca. Nos contó que los delfines siempre nadan
al lado de los barcos, que acompañan a los pescadores
y marineros alegrándoles sus largos viajes,
aportándoles su magia y su energía.
Los navegantes,
al ser acompañados por los delfines, tienen la sensación
de que están a salvo de cualquier percance.
Algo que nos llamó soberanamente la atención
fue saber que donde hay delfines no hay tiburones.
Esta conversación consiguió entrar profundamente en mí,
y me hizo recordar las historias que hablan de cómo los delfines
han salvado vidas justo en el momento en que los náufragos
creían que ésta llegaba a su fin.
El náufrago despertaba en la orilla y recordaba como
si de un sueño se tratara cómo un delfín
había conseguido salvarle la vida.
Los delfines, maravillosos amigos de los niños y de todas aquellas
personas sensibles y con gran corazón,
¿serán los Ángeles marinos que Dios ha puesto
en nuestros mares, aportando la energía del Amor y de la Alegría?
Nuria López Antón