Hay preguntas tan fáciles que a veces no se como responder,
porque me faltan palabras. O quizá me sobren.
Un día me encontré con el mar,
y nos quedamos charlando.
Le pregunté sobre mi duda, pero él seguía en lo
suyo, yendo y viniendo.
Cuando me alejé de él, para volver a la vida de cada
día, los ecos de nuestro encuentro resonaban en mi corazón.
Me volví hacia
donde estaba, y sus palabras se grabaron en mí:
“Necesito ser transparente, me decía, porque quiero que
disfrutéis de mi fondo. Las maravillas que hay dentro de mí, son para
vosotros.
Por eso cuando aparece la basura, me tapa, me oculta, no soy
yo.
Necesito las rocas, quiero chocar contra ellas, quiero que me devuelvan a
donde vengo, pero distinto. Con cuanta más fuerza, mejor.
Luego mis aguas se
remansan mucho más tiempo y llegan más lejos.
Y qué me dices de la brisa,
parece que no se nota, pero está ahí.
Es la caricia de mis aguas, es la que
me hace ser diferente cada día aunque mis aguas lleguen siempre al mismo
sitio.
La brisa me hace sentir cada momento como una oportunidad
nueva.
Cada una de mis pequeñas olitas que ves a lo lejos, es la sonrisa de
sentirla cerca.
Por último está la playa. Ahora soy yo quien acaricio.
Me
llevo pequeños recuerdos y ella también hace sus hoyos para quedarse con alguna
parte de mí. Y nos mezclamos.
Cada vez que caigo en ella, parece que allí me
quiere atrapar, pero siempre me suelta… Cada una seguimos nuestros caminos y
mientras ella parece inmóvil, yo me llevo alguna de sus arenas a lo largo del
mundo.
Mira el horizonte allí te está esperando siempre un nuevo día, un
nuevo amigo, una nueva vida”.