Serás más sabio que los demás en cuanto comprendas que la adversidad no es
una condición permanente del hombre. Y, sin embargo, esa sabiduría no es
suficiente por sí sola. La adversidad y el fracaso pueden destruirte
mientras esperas pacientemente a que la fortuna cambie. Trátalas de una
sola manera.
¡Recibe bien a ambas, con los brazos abiertos!
Puesto que este mandamiento va en contra de toda lógica o razón, es el más
difícil de comprender o dominar.
Deja que las lágrimas que derramas sobre tus desgracias, te limpien los
ojos para que puedas ver la verdad. Comprende que lo que lucha contigo
siempre fortalece tus nervios y agudiza tus habilidades. Tu antagonista, al
final, siempre será tu mejor apoyo.
La adversidad es la lluvia de la vida, fría, molesta y hostil. Sin embargo,
de esa estación nacen el lirio, la rosa, el dátil y la granada. ¿Quién
puede decir qué te producirán una vez que hayas sido abrasado por el fuego
de la tribulación y empapado por las lluvias de la afición? Hasta el
desierto florece después de una tormenta.
La adversidad es también tu maestra más grande. Poco es lo que aprenderás
de tus victorias, pero cuando seas empujado, atormentado y derrotado
adquirirás un gran conocimiento, porque sólo entonces te familiarizarás con
tu ser verdadero, ya que, al fin, estarás libre de los que te adulan. ¿Y
quiénes son tus amigos? Cuando la adversidad te abrume, será el mejor
momento para que los cuentes.