Eran las 4 pm de la tarde y nos encontrábamos a la mitad de la montana, yo estabas exhausto, me había propuesto llegar a la cima. Mi mente estaba lista pero mi cuerpo no daba más.
En esta ocasión cometí el grave error de decirme a mí mismo, no puedo hacerlo. Inmediatamente mi mente se cerró. Me sentí derrotado al no poder llegar a la cima.
La gran diferencia entre fracaso y derrota es que el primer caso se acepta como una lección por aprender, un pequeño paso más hacia la meta final. Los fracasos nos muestran el camino equivocado, que una vez reconocido no volveremos a recorrer.
En cambio, la derrota es la decisión de no volverlo a intentar, rendirnos ante los obstáculos, renunciar a la posibilidad de convertir el fracaso en éxito. Somos vencidos sólo cuando nos estimamos derrotados.
Los obstáculos en el camino de los débiles se convierten en escalones en el sendero de los triunfadores.
En cambio quien no tiene el suficiente anhelo de llegar a la cima, se desalienta fácilmente ante el esfuerzo que se le exige, ante los riesgos que le acechan y ante los retos que se le presentan y aun antes de iniciar el camino ya se da por vencido.
Cada falla, cada fracaso lo convertimos entonces en viento a favor, asimilando la lección, incrementando nuestra experiencia y fortaleciendo nuestra determinación para lograr nuestros propósitos. Es preferible renunciar a vivir, que declararse derrotado, o ser un perdedor porque se ha dejado de luchar.
No es tiempo de sentirse derrotado, es tiempo de retomar las fuerzas y seguir adelante |