EL ABUELO
Cubierto por una gorra de paño desteñido, sentado en una silla con su cabellera nevada, su rostro enmarcado por manchas de color carmelita anidadas en surcos de piel que caprichosamente se dibujan como si se tratara de un mapa de caminos y montículos de células añejas. Sus ojos poco brillantes con una mirada cansada, escondidos detrás de unos espejuelos, observa la soledad que le circunda, la que penetra hasta sus pensamientos. Sus labios entrapados de nostalgia, se apretujan para expresar su sabiduría y su ternura sin encontrar respuesta. Envuelto en una ruana deshilachada que le abriga a medias su enclenque cuerpo, con manos también inundadas de pecas y con temblor fino, se mueven lentamente para con sus dedos forrados en una piel reseca y sin brillo aprisione un palo hecho bastón que quizá constituya su único apoyo. Sus piernas donde reina la debilidad, se encuentran revestidas con un pantalón que seguramente fue de algún paño, pero hoy parece que semejara un girón de tela sin vida, sus pies forrados en unas botas con la suela despegada, pareciendo el bostezo de una boca sin dientes.
Este monumento al recuerdo, así descrito, seguramente vivirá permanentemente divagando por los senderos del ayer, como si estuviera observando una serie de cuadros en que aparecen las vivencias del pasado, haciéndole estremecer su cerebro al verse invadido de aquellos paisajes expresando su adolescencia repasando el trayecto de su existencia, tratando de efectuar un balance de su actitud, de sus pensamientos y de sus anhelos. En un instante contrito en que se encuentra es interrumpido por el ruido que produce un niño, hiriéndole sus tímpanos endurecidos. Reacciona despegando sus párpados como si fuera un recién nacido, con el lenguaje del susto y del miedo. Aquel sigue su juego embebido con su comportamiento infantil, sin percatarse de ese ser sentado en la silla a quien ni observa y ni siquiera da respuesta a las palabras tiernas que emanan de aquellos labios huérfanos de juventud.
Sus hijos deambulan por su lado impregnados de indiferencia hacia aquel ser que conoció la amargura, el sufrimiento y el desengaño al tratar de darles todo cuanto un padre responsable puede entregar a la carne de su carne y la prolongación de su vida.
Su alma invadida por olas de silencio, sigue transcurriendo en el recuerdo del pasado no tan lejano, visualizando los momentos trascendentales y significativos que constituyeron la esperanza de su palpitar. Se da cuenta que traduce la enciclopedia de la esencia de la vida, pero que casi nadie la aprovecha posando sus ojos en aquellas páginas de la experiencia.
De vez en cuando recibe algunas migajas de atención que no compensan en nada todo su trafagar, para vencer la batalla del vivir. Entonces con gran dificultad reúne sus sentimientos para concluir que su única compañía es el silencio. Que a cambio de la ternura que entregó está recibiendo indiferencia, que en lugar del amor que prodigó le están devolviendo olvido.
Marco Eugenio Vargas.