Hoy me sentí triste y quise escribirle a la tristeza. Minutos después, al pensar
en qué escribir pensé en que sería bueno no dedicar mi precioso tiempo para
escribir acerca de una emoción que no deseo sentir, y dedicar esa energía a
escribir acerca de los motivos magníficos que tengo para no estar
triste. Muchas veces he hecho la diferencia entre tristeza y alegría, y entre
felicidad e infelicidad. El antónimo de alegría es tristeza, y el de felicidad
es infelicidad. Por eso ahora mismo me corrijo y si acepto escribir acerca de la
tristeza, porque es una emoción básica normal, a la cual tengo derecho, y
también tengo el deber de vivirla cuando la siento, como ahora, sin que deje que
se albergue en mí como un estado de ánimo. Me siento triste porque siento que
he perdido algo importante, porque me siento decepcionado de un sistema injusto,
porque siento que nos ha ocurrido una desgracia que afecta a varios miembros de
mi familia. Lo bueno de todo esto es que no me siento triste por estar solo,
pues tengo a toda mi parentela dispuesta a salir adelante. Me siento feliz
porque me siento lleno de motivos para vivir, y capaz de vivir mis ilusiones
actuales y futuras. Me siento feliz por el amor de mis consecuencias, por el
fruto de los vientres de quienes se fusionaron conmigo, por el valor que me dan
mis discípulos y quienes lo fueron, mis estudiantes y mis colegas, por quienes
son mis amigos, por mis leales acompañantes. Me siento feliz por saber que
puedo redimir mis culpas en mi fundamento, porque puedo concentrarme y parir
nuevas y útiles ideas. Me hace sentir dichoso y boyante, saber que mis
calificaciones a mis conductas, no son puntuaciones a mi ser, y no me irrita la
desgracia, pues me sobran las buenas energías y buenas vibras de todos quienes
rezan por mí. Me siento lleno de contento porque me quedan libros mil por
leer, canciones que aún no conozco por interpretar, poemas que nadie ha escrito
por declamar, bailes que no han sido creados por disfrutar, muchas estrellas en
cielos que aún no he visto, y aguas de mar que espumen sobre mi calzado que no
he estrenado. Bienaventurado soy por mi capacidad por deleitarme con las
cosas menudas, por verme más delgado y saludable como me siento ahora.
Afortunado por el amor de mi amante, y por el sexo que me deleita y me saca
resplandeciente. Pienso en mi felicidad actual y espero la futura para ir al
cine que tanto me gusta, y ver esa película que está por estrenarse y seguir
como siempre viendo “Ben-Hur”, y sacándole luego de tantos años detalles que no
había observado, que se me salgan las lágrimas con cualquier escena medio
patética, y que me enjuague el llanto a escondidas para que no se burlen de mi
cursilería. No me siento infeliz, sino triste, y lo acepto y sigo adelante,
dispuesto a dar la batalla por mi felicidad. Y soy feliz y me siento satisfecho
por la hospitalidad con la cual me reciben en todos lados, porque hoy mismo un
“gringo” de esos que mientan repelentes salió del banco para mostrarme el camino
para que no me perdiera, y llegara a salvo a mi destino apenas a cuatro puertas
de lejanía. No podrá aflorar mi buen humor habitual porque estoy triste, y
porque mi dolor recóndito me hace hipar y deplorar lo que ocurre, y se obscuro
el camino por delante, pero presiento que no está lejos el refulgente brillar de
la esperanza en mi Dios de siempre, que nunca me abandona, ni a los míos.
Adrián Cottin
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