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OLVIDO
Ha de pasar la vida. Ha de llegar la muerte. He de quedar tendida bajo la tierra, inerte, insensible, callada, como estatua de cera que al romperse en pedazos abandonada fuera.
Ya sin brillo los ojos que te siguen ahora con miradas que besan y besos que te imploran, y muy quieta la inquieta ambición de caminos que embriagada me tiene como mágico vino...
Ha de pasar la vida. Ha de llegar el largo dolor de estar sin verte. Acaso el grito amargo de tu angustia la tierra estremezca un momento.. Mas, después, poco a poco callará tu lamento.
Y de nuevo otro paso, no mi paso ligero, a compás con el tuyo cruzará los senderos, y otro labio —¡no el mío!— te dirá que la vida es hermosa: “...La rama que se da florecida,
el temblor del lucero, y la nube, y el canto, alegría te enseñan... Es inútil el llanto...!” Y una vez más el viento jugará con tu risa, y miel pura en tu boca otra boca sumisa
dejará bienamado, mientras rueda el estío...! Y tal vez cuando lleguen esos días sombríos, en que llora la lluvia su dolor lentamente, y en las sombras el paso del misterio se siente,
surgiré en tu recuerdo con aquella encantada vaguedad de las cosas hace tiempo olvidadas, que retornan a veces en la luna de oro, en lo triste de un verso, en el eco sonoro
de un arroyo que pasa... Y dirás: “¿Cómo era la mujer que yo quise una azul primavera en que estaban los campos aromados y llenos de rumores festivos bajo el cielo sereno...?
¿Eran claros sus ojos? ¿Me embriagó su dulzura? ¿Sus cabellos... tenían de las mieses maduras el color milagroso? ¿Era leve su mano? ¿Sonreía? ¿Lloraba?...”. ¡Y tu afán será vano!
La mujer que quisiste una azul primavera y cruzó de tu brazo por caminos y eras, volverá a ti sin llanto, ni color, ni sonrisa —como un poco de bruma que deshace la brisa
sobre el río cansado—, imprecisa, distante, como estrella que rueda temblorosa un instante y se pierde en la noche... ¡Y ya nunca sabrás si me hallaste en la vida o en un sueño no más!
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