Un viernes en el que Eriel cayó en una de sus
recurrentes depresiones, fue socorrida por un débil
recuerdo extraído de su infancia, cuando sus padres
le aplacaban sus ganas de ser mayor, cantándole:
"Si de verdad quieres crecer y no envejecer
nunca vayas deprisa ni tampoco lento
el secreto es ir a la inversa del tiempo
pero nunca deprisa ni tampoco lento
sólo hay que ir a la velocidad del tiempo
para así comenzar a crecer y no envejecer
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo (bis)...".
Cuando era niña no le prestaba mucha atención a la letra,
sólo se dejaba llevar por la melodía que la hacía sentir
arropada por un hogar. Recordaba algo más que
la voz cálida de sus padres, recordaba cada uno
de los instrumentos que armonizaban la letra;
y, envuelta en esas sensaciones, comenzó
a sentirse bien, verdaderamente bien. Era
como si el recuerdo pasara a ser un presente
que la introducía en un espacio donde la tristeza
y la rabia estaban prohibidas. No obstante, el hambre
y luego el sueño la sacaron de su burbuja,
pero la sonrisa se quedó en su rostro.
A la mañana siguiente, Eriel se despertó con la
firme idea de conseguir esa canción
-cruzada que marcó el interés del museo por el diario-.
Recorrió todas las discográficas de su ciudad sin éxito,
y tampoco lo tuvo al preguntarle a sus amigos y
conocidos. A raíz de eso, dejó su trabajo, cogió una mochila
y recorrió todos los países hispanohablantes
durante unos cuatro años.
Debido al desconocimiento de los entendidos,
y no entendidos, decidió preguntarle a cualquier
desconocido si le sonaba esa canción
(Eriel estaba segura de que no era una canción
inventada por sus padres, porque recordaba
con claridad la música, y ellos no sabían tocar
ningún instrumento ni mucho menos componer).
Así que Eriel se ingenió muchas formas para
llegar a la gente y otras tantas para conseguir financiación,
que fueron narradas hasta la penúltima página del diario.
Coordinó una serie de obras con el Teatro de
los Andes para adentrarse en decenas de comunidades
recónditas, convenció a Alberto Spinetta y a
Mercedes Sosa para realizar actuaciones en varias
ciudades y pueblos de Argentina... y montó
un centenar de acciones con actores callejeros y músicos
de 18 países. Pero ninguna persona le dio lo que buscaba.
Al terminar su diario, en el lunes final, Eriel escribió:
"Convencida de que yo era quien le había puesto
instrumentos a esa canción familiar, decidí irme a
cualquier parte. Estiré la mano y un autobús amarillo
se detuvo. Había un asiento vacío junto a la ventana,
al lado de un niño que llevaba un mandil con el
nombre Gonzalo bordado en el pecho. El bus comenzó
a moverse mientras yo no podía retener las lágrimas
de impotencia, de fracaso. Traté de animarme
para no llamar la atención y por manía comencé a tararear
la melodía de mi canción. Y ese niño, Gonzalo,
comenzó a cantar, y le siguió un joven canoso,
y después un hombre muy arrugado que estaba delante,
y siguieron todos los demás, hasta el chofer.
Era hermoso escucharlos...
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo
Si de verdad quieres crecer y no envejecer
recuerda que el juego es el principio de todo
y recuerda que ser parte es el único modo
pero es necesario que recuerdes ante todo
que sin arrugas nunca encontrarás el modo
de retomar las huellas para no envejecer...
Y mientras los escuchaba, me di cuenta
de que el bus avanzaba marcha atrás".
DE LA RED