Cada hombre que viene al mundo pasa la vida en busca de intimidad. Quiere encontrar un “lugar suyo”, un rincón de seguridad y de calor humano.
Quien no encuentra la intimidad es un hombre partido, fallido, un infeliz, alguien que no se siente a gusto en su propia piel.
Un niño debe encontrar una intimidad dulce y tierna junto al padre y la madre. ¿Comprendes la terrible responsabilidad de dos seres que transmiten la vida a un niño?
Un joven busca intimidad cerca de una muchacha y viceversa y los hombres buscan la intimidad en el matrimonio o en la amistad.
El fundamento de toda intimidad se llama. ¡amor! La falta de amor y el egoísmo estorban toda intimidad y, poco a poco, hacen del hombre un “sin techo”, un solitario, un ser gastado, siempre atareado y nunca satisfecho.
El drama de nuestro tiempo es que nosotros no sabemos ya ofrecemos los unos a los otros en la intimidad. No podemos ya hospedarnos, darnos un “lugar nuestro” porque hemos abandonado al “amor”; porque hemos abandonado la fuente de todo amor: ¡Dios! Nosotros mismos no estamos ya en la intimidad.
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