verdad manifiesta cuando se extravían las llaves.
No nos interesamos por esos pedazos de metal dorado
o plateado hasta
que nos damos cuenta de que los perdimos.
Cuando los tenemos abrimos mecánicamente puertas,
coches, vitrinas, armarios, cajones, cajas fuertes y demás cosas que
estimamos.
Nos duele perder las llaves porque sin ellas se obstaculiza
nuestro acceso a algo que es “de nuestra propiedad”.
La llave ha llegado a ser un signo de aquello que encierra.
“La llave de mi casa, de mi coche, de mi oficina”.
En la antigüedad confiar las llaves era el símbolo de delegar una
autoridad, un signo de compromiso, una muestra de confianza,
un gesto de responsabilidad. El siervo que recibía las llaves
del amo era el de máxima confianza, el de mayor virtud y fidelidad.
Luego surgió el término de “amo de llaves” (si bien su forma más
empleada es la femenina), para designar al hombre que
disponía de los bienes de la casa, según su prudente juicio,
algo así como nuestro actual “administrador”