Me llaman desde allá... larga voz de hoja seca, mano fugaz de nube que en el aire de otoño se dispersa. Por arriba el llamado tira de mí con tenue hilo de estrella, abajo, el agua en tránsito, con sollozo de espuma entre la niebla. Ha tiempo oigo las voces y descubro las señas.
Hoy recuerdo: es un día venturoso de cielo despejado y clara tierra; golondrinas erráticas el camino azul puntean. Estoy frente a la mar y en lontananza se va perdiendo el ala de una vela; va yéndose, esfumándose, y yo también me voy borrando en ella. Y cuando al fin retorno por un leve resquicio de conciencia, ¡cuán lejos ya me encuentro de mí mismo! ¡qué mundo más extraño me rodea!
Ahora, dormida junto a mí reposa mi amor sobre la hierba. El seno palpitante sube y baja tranquilo en la marea del ímpetu calmado que diluye espectrales añiles en su ojera. Miro esa dulce fábrica rendida, cuerpo de trampa y presa cuyo ritmo esencial como jugando manufactura la caricia aérea el arrullo narcótico y el beso -víspera ardiente de gozosa queja- y me digo: Ya todo ha terminado... Mas de pronto, despierta, y allá en el negro hondón de sus pupilas que son un despedirse y una ausencia, algo me invita a su remota margen y dulcemente sin querer me lleva.
Me llaman desde allá... Mi nave aparejada está dispuesta, a su redor, en grumos de silencio, sordamente coagula la tiniebla. Un mar hueco, sin peces, agua vacía y negra sin vena de fulgor que la penetre ni pisada de brisa que la mueva. Fondo inmóvil de sombra, límite gris de piedra... ¡Oh soledad, que a fuerza de andar sola se siente de sí misma compañera!
Emisario solícito que vienes con oculto mensaje hasta mi puerta, sé lo que te propones y no me engaña tu misión secreta; me llaman desde allá pero el amor dormido aquí en la hierba es bello todavía y un júbilo de sol baña la tierra. ¡Déjeme tu implacable poderío una hora, un minuto más con ella!
Luis Palés Matós
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