Mi Padre,
quería que fuera una reproducción
suya.
Mi Madre
que fuera igual a mi abuela.
Mis maestros,
querían que fuera como mi hermano.
Y a mi
hermano,
le gustaba que fuera como sus amigos.
Todos
y cada uno querían que fuera otro...
Hasta que un día,
decidí que no quería parecerme a
nadie...
Salí de casa, me fui a una tapia y
escribí:
YO SOY YO.
Y entonces comencé a hablar humanamente,
sin
envidias, sin egoísmos,
decidí escuchar con los cinco sentidos,
como
hacen los sabios, fieles a sus convicciones,
pero abiertos a las distintas
opiniones e intereses.
Y humanamente trabajé,
no para beneficiarme
sino para beneficiar a otros y
haciéndolo me di cuenta que
yo
también me beneficiaba.
Amé sin regateos,
diferencias,
ni
favoritismos,
por eso me sentí unido a cada uno de mis prójimos.
Cuando
lloré,
lo hice sin vergüenza,
pues el dolor nos hace crecer y ser
humanos.
Y me reí.
Sin fronteras,
uniendo mi risa con la de mis
hermanos,
dándome cuenta que sólo así era
yo.
Y volví a escribir:
YO SOY YO.
D/A