- ―La idea de este poema empezó en el libro “Las Valkirias” de Paulo Coelho; traducción (2010) en la página 13 de la introducción. Ahí empezó mi curiosidad y empecé a buscar los datos e encontré el poema de Oscar Wilde.
“Balada de la cárcel de Reading por el prisionero C.33, Charles Thomas Wooldridge, nacido en el condado de Berk, era un mocetón bien erguido de la plebe inglesa. Soldado fue de la Guardia Real Montada, tenía treinta años cuando el Estado puso en su nuca la corbata trágica de cáñamo. Este hombre, enloquecido por los celos, degolló a su mujer, Laura Ellen Wooldridge, con exquisita premeditación de viejo florentino, a las nueve de la noche del día domingo 29 de marzo de 1896, en Arthur Road, entre la estación de Great Western Railway de Windsor y el pueblito de Clewer. Mujer bella era, y resplandecían en su cuerpo mozo veintitrés años de júbilo. Wooldridge fue sentenciado por el Juez Harwkins en la Audiencia de Bershire el 17 de junio de tal año. El soldado hizo fe en todo momento de haberlo sido de veras y de haber ceñido con donaire las presillas a sus hombros: nunca se mostró abatido ni inferior al momento trágico que le tocó sufrir. El Reverendo M. T. Friend fortificó aún más su espíritu para el tremendo trance. Oscar Wilde”. (Su crimen, el ser homosexual, estuvo preso al mismo tiempo que Woodridge).
―Y bajo la licencia de la Intertextualidad he escrito mi poema. Pero casi lo he cambiado todo para el propósito de mi poema.
Pero esta es la de un personaje que anda perdido en el laberinto del amor a base del poema de Wilde.
―Balada del ayudante de cocinera con el mandil rojo y polka dot, estilo “I love Lucy” de la noche del “Día de acción de gracia”.
En memoriam:
―Del barrio quenepero de la “Perla del Sur” ella es una Mosa adulta, con nombre de ‘Trotaconventos, como en el Libro del buen amor,’ diestra en las artes culinarias, Noviembre del 1998.
“―Cuando él salió aquella noche le esperaba una carretera siniestra, mojada, llevaba puesta la misma ropa, el cansancio lo dominaba, bajo una obscuridad con neblina, muy larga y fría. Distraído por la negación de un abrazo y un beso, estéril era la mirada de la mujer que él amaba, sabía que en su corazón no había amor sino que mucha confusión y un poco de desprecio”.
I
Su sonrisa la había dejado en aquel portal, llevaba un desprecio fijo en su alma, al oír aquel rotundo ‘no’. De una forma despectiva… fue como morir lentamente a manos de un asesino con un corazón frío.
El manejaba entre los muchos autos aquella noche de neblina, con un sueño viejo y raído, deseando más que la muerte, bajo aquel oscuro cielo sin una gota de piedad, lleno de viento.
No se atrevía mirarse en el espejo retrovisor para no enterarse de su amargura, ni de las lágrimas que rodaban por su mejilla que acompañaban su pena… por aquel largo camino a través de las montañas.
Tal vez no era el único que cargaba con su condena, o pesada conciencia… ni de volver a verla por un largo periodo, que lo dejó con su alma triste, y un corazón estrujado y marchitado.
¿Será ese su castigo? ¿Amará a su Dios? Siendo su estrella que lo alumbraba por todo el camino manteniéndole despierto aquella carretera.
Solo él sabía del desamor, que lo obsesionaba que precipitaba su paso por aquellos barrancos, pensando en quitarse la vida.
“Sin embargo, ―!escúchenlo bien todos― siempre los hombres matan lo que aman! Con miradas de odio matan unos, con palabras de amor otros matan, el cobarde asesina con un beso y el hombre de valor con una espada!”
“Unos matan su amor cuando son jóvenes, otros matan su amor cuando son viejos, con las manos del oro mátanlo unos, con manos de lujuria otros lo asfixian, y los más compasivos con puñales pues los muertos así, pronto se enfrían”.
“Algunos aman demasiado corto, algunos aman demasiado largo; unos venden amor y otros lo compran, éstos aman vertiendo muchas lágrimas, sin un leve suspiro aman aquéllos, porque cada hombre mata lo que ama aunque no tenga que morir por ello!”
Pero el que no piensa no sabe de muertes violentas ni tiene idea de las consecuencias o de la velocidad en las carreteras, él solo piensa en su amargura y en alguna cura ligera alrededor de alguna curva ciega.
Él es egoísta porque no comparte su miseria con nadie el creé que es el único miserable, cuando por el camino tropieza, más de dos veces con la misma piedra.
Le es difícil dormir en las noches, ni confesaría sus crímenes a ningún capellán en espera, porque él solo piensa en su amiga la muerte.
Pero se mantiene despierto al borde de la carretera, para no darle el gusto a ese quien lo espera.
Lleva solo una sed cruel y enfermante, que lo quema por dentro, aunque le grita piedad, su pobre esqueleto, no lo oye.
Simplemente se distrae con los insectos que chocan en el parabrisas, que le brindan una sinfonía de bemoles inquietos sin rimas ni versos como un Caifás sin temor al veneno.
II
Tres horas duró el viaje por igual el paulatino castigo, ya iba sentenciado, sin calor ni amor, en su primer día de escarmiento.
Llegó a su casa sin mirada, con su cabello mojado con el sudor de la noche. Raído y torturado por los malos pensamientos y el lucero que anunciaba la mañana, y el alba con el divorcio de la noche asomaba su primera cara.
Sin quitarse la ropa se metió en la cama, a pasar el trago amargo de aquel ‘no’ de la mujer que él amaba.
III
Desilusionado trataba de dormir como un jardín en donde no nacen ya flores, en donde queda una sola manzana llena de dulces víboras, más para intimidar que el daño que puedan causar, porque era el único fruto que allí se podía dar.
Solo un triste gallo le cantaba al crepúsculo, sin sus dientes postizos, como haciendo gárgaras, con el eco del espacio y el viento.
El danzar de las hojas lo acompañaban en su melancolía, el canto en las ramas confundida con la brisa, en un bosque seco, petrificado y sin vida.
Bailaban en su mente pensamientos del que sufre al borde de una cima en donde el eco miente.
Por último él quedó condenado a sufrir las consecuencias del tiempo y una pesada melancolía, de un amor que no le pertenece, aunque de ese amor solo le queden unos cuantos pétalos, y unos hermosos recuerdos.
Así quedó su sueño en naufragio buscando un faro inexistente en donde solo quedan los cayos; el azote del marullo y un canal que promete solo la muerte.
A lo lejos las palmeras de una isla en el horizonte que le promete una vida de más maltratos sin sabores.
IV
Allí solo quedó bajo un alud de derroches a esperar la otra noche que prometía un poco más de lo mismo. Convertido en un reo de sus propios caprichos. Pidiéndole al todo Poderoso que le mandara su propia muerte.
No le quedaban vicios para calmar su dolencia ni porros ni cervezas, para aliviar su miedo temiendo aquella palabra: “perderla” ¡sería inconcebible!
Seguía pensando en cosas raras, las sacaba del armario del alma, cuya piedad sería el destino de lograr algún consuelo ante aquella total desgracia, no había cerrojo alguno para callar sus dolorosas palabras, mas que piedad podría tener la sociedad ¿qué hacer podía? para aliviar en antro de los pensamientos malignos. No había palabras suaves… para aliviar su desgracia.
V
Pensaba en un payaso famoso con la peor cara de tonto con una sonrisa fatula llena de lágrimas sobre la máscara.
Pero todo pensamiento le era imposible deambulaba por la casa, como una fiera sin rumbo metido en una jaula rugiendo a la nada al compas de un reloj mudo.
Y así pasaba las horas buscando un poco de aliento. A veces miraba por la ventana para ver lo que ella le contaba. Pero nada lo apaciguaba en lugar no veía nada ni sentía tampoco el viento.
Pasaban las horas como una tumba esperando que llegara su tiempo, para así enterrarlo contando días, horas, momentos.
Pero como el destino a veces suele ser tan cruel, que nos arrastra de nuestro aposento, para que abramos los ojos en el más cruel de los momentos. Y así jugaba con el minutero para seguir gastando el tiempo.
En las noches, no se oía ruidos, solo el eco en los pasillos, y de las pisadas su estruendo, tratando de romper el hierro de aquel frío momento.
Solo se preguntaba como puede un ser sobrevivir ese castigo de la soledad una vez más, como una ruleta rusa tratando de volarse los sesos. Eso él jamás lo pudo entender, pero hoy tiene que vivir cada uno de esos momentos.
Más es imposible el sueño cuando se llora, con ojos áridos, que jamás han visto una lágrima, como el reo condenado que esta a punto de ser juzgado por el verdugo que no tiene prisa.
Así son las cosas cuando se llora con los ojos de otros… cuando la piedad no conoce un indulto ni rodillas sangradas, y mucho menos algún luto, por el amor que acaba de fallecer, que se fue sin piedad al llevarse todo su querer.
Hoy él le sigue descontado días hasta completar su condena tal vez valga la pena, no volver a mencionar la lisonja de una larga espera, que al fin y al cabo, no sabe lo que le espera.
Captain Playa de Fajardo, PR 11-26-12
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