No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera
ser un viejo que no saque de quicio a todo el mundo,
que no exaspere a los demás.
No aspiro a ser un santo, pero sí una anciano que no se crea infalible,
ni viva de quejas y temores.
No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida,
pero sí convertir los años en espíritu y que fluya la dulzura;
convertir las canas en acierto y que fluya el consejo;
convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo dentro.
Abrir paso a la precipitación de los demás,
para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo.
No interferir en el camino de la juventud
siempre con una censura y un repudio.
Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender
que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes,
porque transitan por mayores peligros y enfrentan peores tentaciones.
No es posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración,
mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro.
No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera
desde mi sillón de soledad, dar alguna claridad.
No quisiera estar martillando sobre mi experiencia,
porque sería inútil. A cada uno le gusta vivirla y descubrirla por si mismo.
Ni pretendo llevar a nadie de la mano:
cada cual quiere caminar solo su propio destino.
Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz.
Ser una barca en retirada llena de palomas, de historia,
de relatos, de recuerdos que hablen, de miradas que descubran,
de hechos que hagan pensar…
No desperdiciar la vejez. No mirar los años con miedo,
dándoles a estos últimos un profundo sentido,
porque son el espacio final para movernos y el momento
irrepetible para la realización completa.
No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia,
sino una sombra que fue luz,
un árbol que fue fruto y un camino que fue huella.
¡¡¡No vivir en la oscuridad como algo inservible,
sino pararme delante de una estrella para morir iluminado!!!
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