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General: DOCE CAMPANADAS
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: OSCARJ  (Mensaje original) Enviado: 28/12/2013 13:30

LAS DOCE CAMPANADAS

Cuando estén repicando

las doce campanadas,

despidiendo la noche

del año que se va,

del fondo de mi alma,

un sentido poema,

con voz entrecortada,

mi boca expresara…

Tendrá sabor amargo

el verso dedicado,

a los viejos amigos,

que ya no volverán,

a los seres queridos

recordados con llanto,

y… que en la noche vieja,

conmigo no estarán

Irrumpirán, entonces,

las doce campanadas

perdiéndose en el viento...

del año que se va...

Levantando la copa,

con voz emocionada,

les dire el poema

(“Las uvas del tiempo”)

PARA UN BUEN RECORDAR...

Oscar Jiménez Efrez

(Oscar.J)

LAS UVAS DEL TIEMPO

Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!
claro, como que todos tienen su
madre cerca
Yo estoy tan solo,
madre,
¡tan solo! pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas,
el hálito canalla
de las
mujeres ebrias,
el Diablo con diez latas prendidas en el rabo
anda por esas calles inventando piruetas
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.
Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien que está cerrando un libro
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene
y por lo que se queda
porque lo que sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una pérdida.
Aquí es de tradición que en esta noche
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega
todos los hombres coman, al compás de las horas
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: «Feliz Año»
como en los pueblos de mi tierra
en este gozo hay menos caridad;
la alegría de cada cual va sola
y la tristeza del que está al margen del tumulto
acusa lo inevitable de la casa ajena.
¡Oh, nuestras plazas,
donde van las gentes sin conocerse,
con la buena nueva!
Las manos que se buscan
con la efusión unánime de ser hormigas
de la misma cueva y al hombre que está solo,
bajo un árbol le dicen cosas de honda fortaleza:
—Venir, compadre, que las horas pasan
¡pero aprendamos a pasar con ellas!—
Y el cañonazo en la Planicie
y el Himno National desde la Iglesia
y el amigo que viene a saludarnos:
—Feliz Año, señores—
y los criados que llegan a recibir
en nuestros brazos el amor de la casa buena.
Y el beso familiar a medianoche:
—La bendición, mi madre.
Que el Señor te proteja...
después, en el claro comedor,
la familia congregada para la cena,
con dos amigos íntimos
y tú, madre, a mi lado y mi padre,
algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas las uvas de la ausencia!
¡Mi casona oriental!
aquella casa con claustros coloniales,
portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca,
—mis libros preferidos:
tres tomos con imágenes
que hablaban de los Reinos de la Naturaleza—
Al lado, el gran corral,
donde parece que hay dinero
enterrado desde la Independencia,
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas!
Bajo el parral hay un estanque,
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado,
las uvas en racimos, tan bajas,
que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando llegaba la sazón tenía cada racimo
un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces una gracia
invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus telas blancas,
sordas a la canción de las abejas...
Y ahora, madre,
que tan solo tengo las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo la uva de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue
dulzura las uvas de la ausencia.
Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí?
¿qué fuerza pudo más que tu amor,
que me llevaba a la dulce
anonimia de tu puerta?
¡Oh, miserable vara que nos mides!
el Renombre, la Gloria...
¡pobre cosa pequeña!
cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
¡cómo olvidé la gloria que me dejaba en ella!
Y ésta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas
en busca de un camino
¿dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre,
la vereda que corta por los campos frutales,
pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico,
muchachas de la aldea hombres que dicen
—Buenos días, niño—
y el queso que me guardas siempre para merienda?
...Esa es la gloria, madre, para un hombre
que se llamó Fray Luis y era poeta.
¡Oh, mi casa sin críticos,
mi casa donde puede mi poesía
andar como una Reina!
¿qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuelas?
tú eres mi madre,
que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, yo soy grande,
cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
Y mientras exprimimos
en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda,
la promesa de vernos otra vez
se va alargando el momento
de irnos está cerca y no pensamos
que se pierde todo!
por eso en esta noche,
mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo
la última gota del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía,
madre, retazos de carbón en la cabeza
y ojos tan bellos que por mí
regaron su clara pleamar
en tus ojeras y manos pulcras
y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva,
que eres hermosa,
madre todavía y yo estoy loco
por estar de vuelta porque tú eres
la gloria de mis años
¡y no quiero volver cuando estés vieja!...
Uvas del tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca
¡cómo me pierdo madre en los caminos,
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha
donde va mi emoción sin compañera
mientras los hombres comen las uvas
de los meses yo me acojo al recuerdo
como un niño a una puerta
mi labio está bebiendo de tu seno
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.
Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,

cuando cayeron sobre mi sislencio

las doce uvas de la noche vieja

ANDRES ELOY BLANCO





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De: Marita Gisela marcela Enviado: 06/01/2014 03:35


 
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