La lección que aprendemos de esta meditación es: hasta qué punto debe ceder una esposa a lo que le pide su marido. Esta historia nos da una respuesta bien clara.
Jeroboam era el rey de las diez tribus. Tenían por lo menos dos hijos, Abías (del cual se dice «se ha halIado alguna cosa buena en el delante de Jehová») y Nadab, su sucesor, del cual se dice que «hizo lo malo en ojos de Jehová».
En momentos de tribulación no es raro que la persona que no ha perdido todo contacto con Dios sienta impulsos de estar más cerca de Jehová. Y Jeroboam y su esposa, ante la enfermedad del hijo, sintieron este deseo. El hijo, Abías, estaba gravemente enfermo. El rey estaba ansioso para saber cuál sería el resultado de la enfermedad y no atreviéndose a ir personalmente a consultar al profeta Ahías, decidió que sería mejor que fuera su esposa, con la precaución de disfrazarse, para evitar que la reconociera.
La mujer se disfrazó y tomando varios presentes se dirigió a Silo y fue a la casa de Ahías. Es difícil imaginarse cómo podía esperar a Jeroboam que con un simple disfraz engañaría al profeta, pero muy pronto supo su esposa que esta treta no les daría ningún resultado. Apenas hubo oído el sonido de los pies de la reina, Ahías la saludó diciéndole: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He recibido para ti duro mensaje»
El mensaje era en esencia el siguiente: