Las consecuencias del enojo
En Números 20, leemos que el líder hebreo estaba al borde de perder la paciencia. Esto sucede, por lo general, cuando nos sentimos cansados, frustrados o batallando con sentimientos de inseguridad. El pueblo de Israel se había estado quejando de sus incómodas circunstancias. Pero, por alguna razón, en esta ocasión, sus lamentos disgustaron profundamente Moisés. Su respuesta dio inicio a una reacción en cadena que no pudo revertirse.
El pueblo estaba sediento, su ganado había pasado varios días sin tomar agua, y la gente estaba irritada. "Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? (vv. 3, 4).
Cuando tales acusaciones captaron la atención de Moisés, el pueblo decidió hacer más ardiente su queja: "¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber" (v. 5). Podemos imaginar la tensión que había en la comunidad, mientras Moisés trataba de asimilar lo que acababa de oír. Habían puesto directamente la culpa sobre él por el empeoramiento aparente de su situación. Como líder, Moisés hizo lo correcto al acudir al Señor para buscar su dirección. Nadie puede manejar adecuadamente una responsabilidad de esa magnitud sin la ayuda de Dios. Se estaba formando una tormenta emocional, y el Señor le dijo a Moisés que volviera y le hablara a la peña que estaba cerca de la congregación (v. 8). Era para que glorificara a Dios al demostrar su fe en el poder del Señor.
En una ocasión anterior, cuando el pueblo necesitó agua, Dios le dijo a Moisés que levantara su vara y golpeara una peña que estaba cerca (Éx 17.6). Cuando lo hizo, de ella salió agua. Esta vez, Dios le dio de nuevo una instrucción muy clara, aunque diferente. Moisés había estado en la presencia de Dios muchas veces, y sabía que Él había librado a Israel de la mano de los egipcios. Sin embargo, no siguió esa instrucción tan sencilla, porque su ira le impidió ver la voluntad de Dios.
En vez de hablar a la peña como el Señor le dijo, Moisés levantó su vara y la golpeó —no una vez, sino dos veces. Además, dejó que su indignación lo controlara, y regañó a la congregación, diciéndole: "¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?" (Nm 20.10). Notemos que su énfasis no estuvo en Dios, sino en él y en Aarón: "¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?"
Dios le dio al pueblo lo que éste necesitaba, pero la reacción de Moisés dio como resultado una severa reprimenda. El Señor se ofendió por la imprudente y precipitada reacción de su siervo, y por no haber hecho lo que Él le había ordenado. Moisés pagó un alto precio debido a su desobediencia. Dios no le permitió introducir al pueblo a la tierra prometida. La vio desde lejos, pero fue Josué quien condujo al pueblo de Israel a través del Jordán al hogar que Dios les había dado.
Las consecuencias del enojo pueden ser emocional y físicamente graves. A la larga, puede elevar la presión sanguínea, provocar desequilibrios químicos en el cuerpo, y de mantenerse, puede llevar a problemas de salud serios, tan severos como jaquecas, ataques cardíacos y derrames cerebrales. Dr. Charles F. Stanley
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