La sabiduria de Agur
Es doloroso cuando tergiversan nuestras palabras. Recuerdo cómo me sentí cuando alguien uso Internet para acusarme de decir que Mateo estaba equivocado al aplicar Oseas 11:1 en Jesús (Mateo 2:15). Yo no había dicho que Mateo se había equivocado, sino que había escrito un artículo para mostrar que Jesús le da significado pleno a los eventos y principios, así como a las evidentes declaraciones proféticas.*
Sin embargo, mis sentimientos y mi reputación son insignificantes comparados con la manera cómo Dios debe sentirse cuando lo tergiversamos a Él (Jeremías 23:25-32).
Un hombre que entendía las implicaciones de añadir o quitar a las palabras de Dios era Agur. Creo que él es uno de mis sabios favoritos porque piensa con un envidiable sentido de equilibrio, ve la firma de Dios en la naturaleza y le gusta enseñar con adivinanzas (Proverbios 30).
Hay que admitir que Agur no da una primera impresión impactante. Las primeras palabras que escuchamos de él son: «Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, ni tengo entendimiento de hombre» (Proverbios 30:2). Pero rápidamente Agur nos muestra por qué hablaba así de sí mismo. Tiene en tan poco su propia sabiduría porque tiene a Dios en muy alta estima (v. 3). Está abrumado con su poco entendimiento ante la presencia de Aquel que lo ha creado todo (v. 4).
Lleno de humildad ante la presencia de su Creador, Agur ve el peligro de deformar a semejante Dios. A fin de advertir a sus lectores para que eviten cualquier tergiversación, dice: «Toda palabra de Dios es limpia; él les escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso» (vv. 5-6).
¿Podríamos estar añadiendo cosas a las palabras de Dios sin darnos cuenta? Como seguidores de Cristo, muchos de nosotros creemos que es importante hablar acerca de lo que Dios ha dicho, de lo que está haciendo en nuestras vidas, y de lo que quiere que hagamos. Sin embargo, en el proceso podemos, sin querer, dañar Su reputación hablando con indiferencia o descuido, como si Su Palabra escrita fuera lo mismo que nuestra impresión de lo que Él quiere que hagamos.
Piense en las implicaciones de decir: «Dios me dijo» o «Dios me guió a decir». Si las personas que no son cristianas nos escuchan, ¿acaso pensarán que estamos escuchando voces? ¿Qué hay de aquellos que comparten nuestra fe? ¿Cuántos van a tener la valentía de proteger la reputación de Dios desafiando o poniendo a prueba nuestro idioma con frases como «Dios habló a mi corazón»?
Agur no es el único que ve el peligro de tergiversar a Dios. Él hace eco a Moisés (Deuteronomio 4:2; 13:1-3) y se anticipa a última advertencia del Nuevo Testamento (Apocalipsis 22:18-19). Todos hacen fuertes advertencias acerca del peligro de añadir o quitar algo a las palabras reveladas y escritas de Dios.
¿Cómo podemos darle a Dios la consideración que quisiéramos para nosotros mismos? Una manera de contestar a esta pregunta es pensando en lo que exigimos unos de otros. Esperamos que aquellos que nos citen honren no sólo nuestras palabras sino también lo que queremos decir. También queremos que todos aquellos que usen nuestro nombre distingan entre lo creen que decimos y lo que en realidad nos han escuchado decir.
Si aplicamos esta misma consideración a Dios, no Le citaremos fuera de contexto. Trataremos de proteger no sólo Sus palabras sino también lo que quiere decir. Con igual importancia, distinguiremos cuidadosamente entre lo que Él ha dicho en realidad y lo que «pensamos» o lo que «creemos» que está diciéndonos o nos está guiando a decir.
Añadir frases sencillas y honestas que descarguen nuestra responsabilidad pueden ayudar a proteger la reputación de Dios y nuestra integridad. En el proceso, les daremos a los demás permiso para poner a prueba y juzgar por sí mismos si lo que estamos atribuyendo a Dios es consistente con lo que el Dios de la Biblia ha dicho en realidad (1 Tesalonicenses 5:19-21).
¿Cuál es una cita precisa de Dios? Agur dice: «Toda palabra de Dios es limpia» (Proverbios 30:5). El término que usa para «limpia» conlleva la idea de metal que es refinado por el fuego.
De hecho, las palabras de Dios son más que perfectamente ciertas. También son puras en lo que quieren decir. Todo lo que Dios dice proviene de un corazón que es como un fuego que consume todo lo que es engañoso y sin ningún valor. Su conocimiento es perfecto y Sus intenciones son honorables. Sus motivos están por encima de cualquier crítica. Esto significa que, para citar a Dios con precisión, tenemos que honrar la diferencia entre Sus intenciones y nuestros intereses egoístas.
¿Cómo podemos resistir la tendencia a citar a Dios de una manera interesada? Tomemos por ejemplo lo que Dios ha dicho acerca del dinero. Podemos decir con certeza que la Biblia nos alienta a dar de nuestras propias ganancias para las necesidades de los demás (Hechos 20:35; Efesios 4:28). Pero corromperíamos la pureza de esas palabras al decirles a las personas que nos envíen dinero a nosotros porque Dios quiere que den dinero a los demás o a Él.
Estoy en deuda con el maestro que ayuda a sus alumnos a distinguir entre las interpretaciones e implicaciones de la Biblia que son posibles, probables y necesarias. Así que hagamos eso con la cita de Agur que estamos estudiando. Cuando el sabio dice: «Toda palabra de Dios es limpia… No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso» (Proverbios 30:5-6), a mí me parece que:
Una implicación posible es que debemos darle autoridad a lo que Dios ha dicho en realidad, ni más ni menos.
Una implicación probable es que, cuando citamos a Dios, siempre debemos dejar claro dónde terminan las palabras reales de las Escrituras y dónde comienzan nuestras palabras de explicación.
Una implicación necesaria es que no añadimos nuestras propias palabras a lo que Dios ha dicho para cambiar en realidad el significado y el propósito de lo que Dios ha declarado.
Si tal consideración parece ocasionar demasiados problemas, es el momento de recordar lo doloroso que es que tergiversen nuestras palabras. Y, si Agur tiene razón, entonces referirnos con indiferencia acerca de «lo que Dios habló a mi corazón» también puede ser un momento para pensar en tener que responderle a Dios, quien es aún más celoso de Su propio Nombre, reputación y credibilidad de lo que nosotros lo somos de los nuestros.
Padre celestial, por favor ayúdanos a recordar la sabiduría y la advertencia de Agur. Queremos proteger la fe de todos los que necesitan ver la diferencia entre Tus palabras y las nuestras. —Mart De Haan