A menudo, tenemos el interés tan centrado en algo o en alguien, que no podemos escuchar al Señor
en absoluto. En esas ocasiones, una de las maneras más efectivas, pero más dolorosas de Dios,
es atraer nuestra atención por medio de las decepciones. Fue así como Dios le habló
dramáticamente a la nación de Israel. En Números 14, el Señor dirigió a su pueblo a la
Tierra Prometida; sin embargo, por tener ellos temor a los habitantes del lugar, se
negaron a entrar. ¿Resultado? El Señor dijo a los israelitas que no verían la tierra sino
hasta 40 años después de que esa generación hubiera muerto (cf. v. 23).
La desilusión del pueblo fue tan grande que decidieron cambiar de opinión, pero
desgraciadamente era demasiado tarde; Dios ya le había puesto fin al asunto.
Al pueblo lo abatió la tristeza por lo que habían perdido. ¿Cree usted que, en ese
momento, cuando más decepcionados estaban, Dios captó su atención? ¡Por supuesto que sí!
¿No cree usted que la próxima vez que Dios dio una orden a Israel, el pueblo puso
más atención?
Lamentablemente, el fracaso es muy común en situaciones como esas. En vez de acudir a Dios
cuando llegan las decepciones, nos apresuramos a culpar a las circunstancias, a otras
personas, al destino o incluso al diablo. Tenemos dudas en creer que nuestro amoroso Padre
celestial pudiera ser el responsable de nuestras decepciones. Pero Dios está totalmente
dispuesto a usar los reveses para reordenar nuestros pensamientos con los suyos.
Piense en las dificultades que hay en su vida. ¿Pudiera el Señor estar tratando
de decirle algo en medio de ellas?