Nuestro Padre Perdonador
¿Confesó usted alguna vez un pecado a Dios, hizo todo lo que sabía para corregirlo, pero siguió sintiéndose agobiado por sentimientos de culpa? Los conceptos equivocados en cuanto al perdón de Dios pueden abrumarnos con cargas que no nos corresponde llevar. El punto no es lo que pensemos acerca del perdón de Dios, sino lo que la Biblia nos enseña.
La parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-32) nos proporciona una idea exacta del espíritu perdonador de Dios hacia sus hijos, particularmente hacia los que han decidido voluntariamente vivir en rebeldía permanente. En primer lugar, vemos la motivación de Dios para perdonar. El hijo pródigo es descrito como el hijo menor de un hombre rico, que pidió su herencia anticipadamente para entregarse a una vida de disolución. Después de derrochar los ahorros que había hecho su padre con tanto esfuerzo, una hambruna lo dejo en la pobreza. La mayor indignidad que sufrió el joven fue tener que engordar cerdos (animal despreciados en esa cultura), para sobrevivir. Casi todas las decisiones y detalles de su vida debieron ser vergonzosos y repulsivos a su familia.
Jesús concibió la parábola de esta manera para ilustrar que no hay nada en cuanto a nosotros, ninguna acción que podamos tomar, ningún éxito que podamos lograr que mueva a Dios a perdonarnos por nuestros pecados. Su motivación para hacerlo se encuentra totalmente en Él mismo, y se basa estrictamente en Su divino, inmutable, inmerecido e incondicional amor por la humanidad. Eso elimina cualquier posibilidad de que el perdón esté ligado a nuestras buenas obras p conducta.
La parábola revela también el método del perdón. La parte nuestra es pensar de forma debida, precisa y sincera en cuanto a nuestra conducta (v.17). La parte de Dios está ilustrada por el padre, quien "fue movido a misericordia, y corrió, y se echo sobre su cuello, y le besó" (v.20). Mientras que el joven trataba de confesar su error, su padre lo abrazaba con amor. Pero no sólo eso, sino que llamó a sus vecinos y amigos para que lo acompañaran en la gran fiesta que dio para ese hijo irresponsable, maloliente, apacentador de cerdos. El deseo del joven al volver a casa era recibir perdón, pero la realidad es que su padre ya lo había perdonado. De la misma manera, todos nuestros pecados fueron ya perdonados hace más de 2,000 años en la cruz; cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador personal, Dios nos da su perdón total, incondicional e infinito, y lo sigue haciendo con paciencia y con gozo.
Con nuestra confesión y arrepentimiento, venimos al Señor no para recibir perdón (lo cual ya se logró en el Calvario con la sangre derramada por Jesús), sino más bien parfa volver a tener compañerismo con Él, y para el regocijo muituo. Al igual que el padre del hijo pródigo, Dios nos está esperando con los brazos abiertos, deseoso de celebrar nuestro regreso al hogar.
Charles F. Stanley
Si te gustaria disfrutar de ese amor incondicional e infinito, sentir ese calor de Su perfecto amor, sentir la tibieza de estar bajo la sombra de Sus alas, haz esta oración:
Señor, yo sé que soy un pecador. Creo que Tu Hijo Jesucristo murió en la Cruz por mis pecados. Por favor perdóname y hazme una persona nueva. Hoy, yo te entrego mi vida. Amén
Si has hecho esta oración puedes estar segura que ya eres parte de la familia de Dios, busca una iglesia donde congregarte, lee la Biblia y buscale en lo apartado de tu habitación; platica con Él y te mostrará cosas maravillosas.
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