¡Amadas hermanas y amigas /o!
«El corazón de la adoración es rendirse, entregarse. La palabra rendición es poco popular, es tan fea como la palabra sumisión. Implica derrota, y nadie quiere ser un perdedor. La rendición evoca imágenes desagradables reconocer la derrota en la batalla, darse por vencido en un juego o ceder frente a un oponente más fuerte. Casi siempre se usa en un contexto negativo. Los delincuentes son atrapados y entregados a las autoridades.
La cultura actual de competitividad nos enseña que nunca debemos rendirnos; no se oye mucho hablar de rendirse. Si todo se trata de ganar, rendirse es inconcebible. Preferimos hablar de ganar, triunfar, superar las dificultades y conquistar; nada de ceder, someternos, obedecer o entregarnos. Pero la entrega a Dios es el corazón de la adoración. Es la respuesta natural al asombroso amor y misericordia de Dios. Nos entregamos a él, no por temor u obligación, sino por amor, "porque Él nos amó primero". [...]
La rendición no es resignación pasiva, ni fatalismo, ni una excusa para la pereza. No es aceptar el resultado actual de las cosas. Todo lo contrario: es sacrificar nuestra vida y sufrir para cambiar lo que se debe modificar. [...]
Cuando Josué estaba próximo a la batalla más grande de su vida, se encontró con Dios, se postró en adoración y se puso a sus órdenes, sometiéndole sus planes. (Jos. 5:13-15) Esa entrega le permitió una victoria imponente sobre Jericó. Esta es la paradoja: la victoria viene de rendirse. La entrega no nos debilita, nos fortalece. Cuando nos entregamos a Dios, no tenemos por qué temer o rendirnos a nada más. »
Tomado de Una Vida con Propósito Por Rick Warren
En su amor y mi amor,

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